Opinión

La cripta de la ambigüedad: Don Quijote

Sigamos con El Quijote, el gran texto de la cultura de Occidente (único), y al margen del supuesto hallazgo de los restos de Cervantes en una cripta del convento de las Trinitarias de Madrid, y del cuarto centenario de la publicación de la Segunda parte (1615).

Un elemento narrativo, “perturbador”, es la presencia del travestismo en Don Quijote. En el cruce del discurso narrativo (secuencia y orden de la enunciación entre un personaje y otro) y el teatral (el de la representación), se establece la mutabilidad entre lo que es y lo que se representa. Una ninfa bajo la máscara de un joven le pide a Sancho ponga “en primera lisura” sus carnes; es decir, su primor juvenil: “Que las barbas y lágrimas destas señoras las tengo clavadas en el corazón, y no comeré bocado que bien me sepa hasta verlas en su primera lisura” (II, 41). Pese a que aún no llega a los veinte años, la bella ninfa (o ninfo), está ansiosa de dejar de ser virgen: “que la edad tan florida mía, que aún se está todavía en el diez y... de los años, pues tengo diez y nueve y no llego a veinte, se consume y marchita debajo de la corteza de una rústica labradora...” (II, 35), afirmación en la línea del trillado tópico del collige, virgo rosas renacentista. La belleza de Dulcinea, encantada bajo el ropaje “de una rústica labradora”, se oculta, en su primera apariencia, un mozo púdico cuya máscara encubre.

La mujer vestida de hombre fue una convención fervorosamente acogida por los espectadores de las comedias del Siglo de Oro: “porque suele / el disfraz varonil agradar mucho”, observó hábilmente Lope de Vega en su “Arte nuevo de hacer comedias”. El travestismo facilitaba a la mujer no solo el desarrollo de papeles emotivos pero también el presentarse provocativa y sensual, vistiendo medias y greguescos (calzones a la antigua). Se realza así la silueta de su cuerpo y de sus partes más prominentes. Tal convención la introduce Ariosto, quien de este modo presentó a Marfisa (la heroica amazona) y a Bradamante (donna innamorata) en el Orlando furioso. Continúa la convención Lope de Rueda en sus comedias y así se presenta Felismena, el personaje femenino de la Diana de Jorge de Montemayor. El travestismo rompe el orden erótico y social de los géneros y con frecuencia el orden narrativo. Conlleva digresiones, incidencias, novelas interpoladas, injerencias de varios niveles. Dio voz a una viva polémica. Los moralistas de la época dictaminaron severamente sobre la mujer vestida de hombre. Muestra en ese caso la complejidad de un texto (Don Quijote) que fluctúa entre el discurso social, el ideológico, el económico y el ficticio en intrigante relación.

Vestida de hombre, Dorotea se hace más femenina. Provoca la concupiscencia y el deseo. Así lo expresó el teólogo fray José de Jesús María: “Si representar la mujer en su propio hábito pone en tanto peligro la castidad de los que miran, ¿qué hará si representa en traje de hombre, siendo uso tan lascivo y ocasionado para encender los corazones en mortal concupiscencia?”. Y lo mismo Francisco Ortiz en Apología de la defensa de las comedias que se representan en España: “Pues ha de ser más que de hielo el hombre que se abrase de lujuria, viendo una mujer desenfadada y desenvuelta, y algunas veces para este efecto vestida como hombre, haciendo cosas que moverán un muerto”. Es decir, el desenfado y la desenvoltura de una mujer vestida de hombre agrava el desorden social y erótico, que se transfiere al textual.

(Parada de Sil)

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