Opinión

De figuras y figurones

Uno es lo que es. Lo determinan las formas de conducta, maneras de expresarse, gestos, vestimenta, modos de andar, de mirar, de hablar y hasta de comer. De peinarse y de mirarse al espejo. Nuestro doble. Hoy día, de moda el tupé (del francés, toupet), liso o enrizado, sobre la testa que, en los lejanos años cincuenta del pasado siglo, lo pusieron de moda, en los Estados Unidos, los forofos de la nueva cultura: la música rock and roll. La nueva generación buscaba romper, antes como ahora, con los valores de sus progenitores. El tupé de estilo clásico lo consagró James Dean en sus populares películas; lo adoptan Elvis Presley y John Travolta (añaden alargadas patillas) y cruza el Atlántico con la música de The Beatles. También de moda el flequillo sobre la frente o al aire, medio despeinado. Y la coleta y los pelos rizados sobre los ojos y orejas, como ocultando la mirada. 

Y choca que a veces los tertulianos no controlan el tono de voz. La alzan cruzando un hiriente comentario, sin mesura, o refutando con acidez al contrincante. En paralelo, dos o tres voces alternantes que se entrecruzan a modo de cómicos dobletes. Y no se diferencia quien habla frente a quien replica irrespetuosamente. Se revela la catadura moral de quien insulta: el ejemplar figurón, social, político y hasta cómico, tan presente en la dramaturgia del Siglo de Oro. En términos anglosajones, la persona muy segura de lo que dice y piensa (an opinionated person). Muestra sus creencias y opiniones de forma contundente. En boca de un personaje de Shakespeare, el tonto que se cree él mismo ser un sabio, pero el sabio sabe él mismo que es un tonto (a fool), presente en el gran drama de Macbeth: It is a tale / told by an idiot, / full of sound and fury, / signifying nothing. 

Y molesta quien levanta la cabeza como mirando a los cielos, y observa con desprecio a quien le escucha. O dirige su vista a otro lado. Oye, pero no escucha. Ve, pero no mira. Camina, y mide sus pasos adulando la sombra que lo refleja. Los mitos de la antigüedad clásica asociaron tal conducta con el egregio mito de Narciso: el hermoso joven que viéndose reflejado en el espejo de unas aguas se enamora de sí mismo. En un intento de abrazarlo se suicida. El sustantivo (narcisista) define y revela la conducta del supremacista. Vive y respira figurándose diferente del resto de los seres humanos. Formas de ser que delatan arrogancia, soberbia y engreimiento. En mente el refrán que se repite como frase consagrada: “genio y figura hasta la sepultura”. Asume que el carácter lo determina la herencia genética 

El lejano texto bíblico, Ego sum qui sum (“Yo soy el que soy”), que el Dios de los Hebreos responde a Moisés en el alto del monte Oreb ante su pregunta “¿Cuál es tu nombre?” (Éxodo, 3, 13-14), se convirtió en un hecho del habla. Cruzó las mentes literarias de Occidente. La respuesta asume una identidad irrevocable. Y se asoció en lecturas posteriores con una conducta (behavior) consecuente con el ser de la persona. Un caso ejemplar, el personaje de Segismundo en La vida es sueño de Calderón. Ya Burrhsus Frederic Skiner, catedrático de Harvard, asentó que la conducta humana (arrogancia, soberbia, engreimiento) obedecía a factores externos y medibles. Desbancó los enfoques psicoanalíticos de la formación de la conciencia y de la identidad. 

Al hilo, el figurarse y el personaje del figurón. Éste disfrutó de una gran audiencia en los corrales de comedias de los siglos XVII y XVIII. Salta incluso al XIX, adoptando otras formas cómicas. Una de ellas, el cateto llegado del pueblo. Objeto de mofa y risa, es sinónimo de fanfarrón. Se mueve del contexto social y amatorio al político. Destaca en la comedia de Entre bobos anda el juego de Francisco de Rojas y, dada su amplia audiencia, y como cabeza del género, en El lindo don Diego de Agustín Moreto. Le caracteriza varias fallas dramáticas: avaricia, orgullo, pedantería. En el argot político de hoy día, el que mueve sus elocuciones cargadas de afecto idealizado y populista. A veces de la mano, el enredo y la descalificable mentira. 

Los llamados como salva patrias serían las representaciones políticas del figurón, en un amplio abanico de conductas y modalidades. Asistimos al gran teatro del procés que representa estas semanas el Tribunal Supremo. Semeja, salvando diferencias, al gran teatro del mundo calderoniano. Los protagonistas del auto calderoniano son personajes relevantes de la sociedad. En la representación teatral del “procés”, también lo son los acusados. Con una diferencia. Quien mueve la trama del “procés” es el gran ausente: Pugi. Y como en El gran teatro del mundo de Calderón, el Dios creador, aunque ausente del escenario, determina la acción de sus personajes. Y siguen sus directrices. Como gran figurón, el Rey revela su poder. Le preocupa el dominio sobre sus súbditos: evitar a toda costa la escisión del consenso establecido

La alegoría es válida. El gran teatro del “procés” semeja El gran teatro del mundo de Calderón. Cuenta con un espacio escénico, con jueces, fiscales, audiencia, testigos y acusados. Y, sobre todo, con una gran variedad de escenas, de entradas y salidas de personajes, de intriga y de suspense. La expectación la sigue trazando, antaño como hogaño, el emblemático personaje de un figurón. 

(Parada de Sil)

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