Opinión

Con don Alonso y doña Inés

Por los polvorientos caminos de Castilla la Vieja (hoy autonomía de Castilla y León), en un camión un tanto destartalado, una pandilla de actores y actrices recorrían los pueblos, asentaban en sus plazas un teatrillo all’improvviso, y recorrían sus calles anunciando la función. Chocaba el nombre sugestivo de la compañía -La Barraca- formada por un grupo de teatro universitario, ambulante, de orientación popular. Originalmente diseñado por Federico García Lorca, tenía por objetivo representar el teatro clásico español en villas y pueblos con escasa presencia cultural. A modo de escuela ambulante de teatro. Entre las obras más representadas el clásico drama de Lope de Vega, Fuenteovejuna, La vida es sueño de Calderón de la Barca y el Burlador de Sevilla y convidado de piedra, de Tirso de Molina. La tragedia fundacional del mito de don Juan.

Aquel día, en aquel pueblo, La Barraca representaría la gran tragedia, con tintes cómico, de Lope de Vega: El caballero de Olmedo. García Lorca releía en el drama de Lope una de sus grandes tragedias: Bodas de sangre. La misma cadencia de temas y motivos: magia, pasión, lances trágicos y cómicos y un tema candente y actual: el odio al de afuera. En concreto, al apuesto joven (don Alonso), que llega como forastero a las famosas ferias de Medina del Campo -un desconocido-; un extranjero en su propia patria, aunque no de su tierra. Hijo único, sus padres ya mayores, naturales y reconocidos hidalgos de la villa cercana, Olmedo, se ausentó por unos días. Gallardo, esbelto, gran jinete a caballo, ducho en la lidia del toro, asombró a los espectadores de las ferias de Medina. Las presidía el rey don Juan II de Castilla.

Una canción popular, a modo de una breve crónica de una muerte anunciada (en mente la clásica novela de Gabriel García Márquez), ya anunciaba el desenlace final de don Alonso: un destino que se impone como fuerza inexorable: Que de noche le mataron / al Caballero, / la gala de Medina/, la flor de Olmedo. Desata la tragedia la rivalidad entre don Alonso y don Rodrigo por el amor de una hermosa dama, doña Inés, natural de Medina, y con quien éste estaba comprometida. Como medianera en los amores de don Alonso y doña Ines, la figura diabólica de Fabia que mueve los hilos, a través de cartas y de engaños. En el medio de la feria de Medina don Alonso (el extraño caballero llegado de Olmedo, y que le birla la dama más berlla de Medina a su comprometido), destaca como hábil jinete picando los toros. Es la gran figura de la plaza. Su rival, don Rodrigo, celoso y picado en su orgullo, ante los clamores del púbico ante la valentía de don Alonso, entra en la faena, cae de caballo delante de un toro, acudiendo don Alonso a salvarle la vida

De vuelta a Olmedo, despidiéndose don Alonso antes de doña Inés, una sombra la avisa y una canción en boca de un labrador le augura su muerte de manos de sus rivales: los caballeros de Medina, don Rodrigo, don Fernando y su criado, Mendo. Se asume que un escrito hallado en el archivo de Simancas describe un crimen que pudo ser el origen de la leyenda. Miguel Ruiz, vecino de Olmedo, mató alevosamente a su vecino Juan de Vivero cuando regresaba de los toros de Medina del Campo. Pasados tantos años no es fácil que el hecho perviviese en la memoria de las gentes. Y que más bien el autor la recogiese por la tradición literaria presente en romances tal como el conocido “Baile del caballero”. El binomio amor/muerte rige las variadas referencias a estos hechos.

Basado en unas notas de prensa, que aparecen durante más de una semana en periódicos madrileños y andaluces, García Lorca fundamentó en parte su gran tragedia “Bodas de sangre” en hechos reales. El 22 de julio de 1928, en el campo de Nijar, provincia de Almeria, ocurrió un asesinato movido por celos, venganza y honor. Dio en llamarse “el crimen de Nijar”. Y fundamentó una de las tragedias literarias más universales de la literatura española: Bodas de sangre.

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