Opinión

Los espacios de la memoria: latexos e lembranzas

Significativo es el manuscrito que se salvan del olvido, depositado con celo en una maleta, oculta en un armario sin apenas uso. La cultura literaria de Occidente, sus relatos más señalados, tiene su origen en un manuscrito que se lee, se reescribe, se edita o se traduce de viva voz para ser copiado de nuevo. Y darlo finalmente a la luz. Así el manuscrito de Cide Hamete Benengeli, que forma parte del cuerpo narrativo de Don Qujote; los manuscritos de Melquiades que dan voz a ese gran relato que es Cien años de soledad de García Márquez. O el relato judicial de tres delincuentes, que declaran en gallego ante un juez que no los entiende, y es traducido al castellano, pera vertirse de nuevo al gallego de la mano de ese gran fabulador que es Eduardo Blanco Amor en A Esmorga. A veces la realidad es copia de la ficción.

Y lo es, dentro de sus límites como texto ya impreso, Latexos e lembranzas de José Elías Ferreiro Álvarez. Local, minimalista, latexos (pulsaciones, latidos) y lembranzas (recuerdos, añoranzas), evocan y describen un espacio familiar, paisajístico, animalista y etnográfico. Los manuscritos que forman parte de Latexos e lembranzas se escribieron en la última década de la vida del autor, y en la mitad del pasado siglo. María Elena los guardaba en esa maleta de la memoria. Ya habían pasado casi tres décadas desde la muerte de su padre. Ansiosa de darlos a la luz, el proceso no fue fácil. Tuvo dos magníficos lectores, Auria Rodríguez Gómez y Arcadio González Rodríguez quienes los seleccionaron, revisaron y escribieron una excelente introducción. La pluma de Carlos Arocha puso la marca ejemplar con una elegante antología de grabados, trazados en tinta negra.

Caso ejemplar el de José Elías como forma de sentir a galleguidade. Trasterrado con su familia en las llamadas Islas afortunadas (Canarias) con suaves palmeras, fuertes alisios y meloso acento al borde del Caribe, añoraba (latexaba) el espacio de la niñez: gaitas, aturuxos, el toque de las campanas parroquiales. E idealiza el espacio lejano como memoria viva, a modo de una Arcadia ensoñada que recobra, verso a verso, a modo de íntimas lembranzas. Son la crónica humana de una gran sentimiento hecho escritura. Textos heridos por la nostalgia. Una manera de volver al seno de la madre: paisaje, vecindad, orfandad desvalida, memoria de ausencias. En la composición “Campaíña do meu tempro”, el cantarín estribillo, “Campaíña do meu tempro, / os teus sons non son capaz / de esquecérseme da mente / pois grabeinos de rapaz”, con ecos de los Cantares de Rosalía de Castro, ahonda en la lejana niñez. Y del mismo modo se cierra el romance dedicado “A Aldea”: “Nela rebinquei de mozo, / nela xolguei a fartar, / nela quixera quedarme / e sempre nela morar”. Arte románico, vida monacal, topónimos (monte Meda, Amande, Os Torgás, Os carballos do San Ramón), se describen en el extenso romance “A Ribeira sacra e Parada do Sil”: “Ten Parada pros seus fillos / un doce embruxo que engada, / levan iles si se marchan / do pobo fondas lembranzas”.

Claros rasgos etnográficos presenta la sección dedicada a “Os traballos”. Van seguidos por este vivaz observador y caminante, que andando fue haciendo su camino de memorias, en recuerdo del famoso verso de Antonio Machando. En la sección de lembranzas destaca “Morriña” y la definición panteísta de la tierra: “Esa chuvia miudiña / que nas follas cai moi lene, / e os verdores solermiños / que con meiguices a un prende. / As ruadas e aturuxos, / a gaita mailo pandeiro, / os alalás e muiñeiras / co seu son tan currusqueiro”. Extenso y autobiográfico es el recuerdo dedicado “A miña nai”. El extenso romance está firmado en Santa Cruz de Tenerife el diez de octubre de 1980, a raíz de su defunción. Le siguen los versos del niño huérfano de padre: “Sempre recordo a meu pais/ e prego sempre por il, / sei que era frol moi fermosa / anque pouquiño a olín. / Os dous sin vida reposan, / ella en terra e il no mar, / anque xuntas as súas ialmas / están no ceo a folgar”. Sentimiento telúrico, toponimia, sustantivos que nombran, costumbres y creencias y, sobre todo, “Relembros”, adquieren toda una dimensión ontológica de certidumbres y presencias. De un ser, de un estar y de un vivir desviviéndose. Al igual que Uxío Novoneyra es “O poeta do Courel”, José Elías Ferreiro Álvarez ya lo es de Parada de Sil.

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