Opinión

Por las esquinas del olvido

Es como si fueras caminando entre sombras. Te abruma la densa neblina otoñal que sube lentamente desde el pausado Sil. Cubre espesa la Ribeira Sacra, entre Cristosende y Parada de Sil y, pasadas las horas, se va desvaneciendo por los altos de Espiñas y Casa do Vento. Llegada la noche, las caras ya apenas se distinguen; alguien tuerce una esquina, vagamente, como un esfumado fantasma, caminando a la ligera, solo. En un golpe de imaginación, el antes ya se confunde con el ahora; los presentes con los ausentes. Y quien patea estas callejas, entre casas derruidas, y las que se están reconstruyendo, va recordando las caras de quienes las habitaron perdidos por los espacios abiertos y difusos de la memoria. Por las esquinas del tiempo. Pasos sobre la piedra gris, que resuenan como ecos de los ya idos. Y apenas recordados. ¿Quiénes fueron los primeros moradores? ¿De dónde llegaron? ¿Y quiénes los que pusieron la primera piedra de la casa ahora derruida? Pasos que ya apenas existen en la lejana memoria colectiva. “Solo en ella es posible volverlo a recorrer”, escribe con acierto Luis Landero en su reciente libro, con un claro trasfondo autobiográfico, El balcón en invierno (2014). Las nueva generaciones ya nada tienen que ver con los lejanos tiempos de la aun presente.

Y llegas de nuevo, un verano más, y sigues siendo forastero de ti mismo, en un nuevo espacio de caras desconocidas. Tan solo reconoces algunas; muy pocas te reconocen. Todo tan ajeno, tan cambiado. Y es como si hubieras vivido en otro tiempo, en otro siglo ya lejano. Nadie trabaja los campos; tan solo los viñedos, y el labriego de antaño es el joven de ahora. Conduce un nuevo coche, se aleja a la ciudad y vuelve el fin de semana en breve visita. Abre las ventanas, airea la casa, y la cierra de nuevo, ya de vuelta a su destino urbano. Una nueva mentalidad, en un fiero golpe del tiempo y de modernidad, ha enterrado una cultura rural de siglos: formas de andar, de caminar, de hablar, de gesticular, de comer, de pensar, de vivir y hasta de morir.

Apenas en la memoria la historia del paisano que llegaba de la montaña luciendo un valiente caballo, chaqueta de pana, botas relucientes y sombrero oscuro, boleado, y que rompían la monotonía del diario ajetreo. O las numerosas ferias, ricas en variedad de ganado y de tratantes que vivían de la compra y venta: el jamonero, el tripero, el que vendía el pimentón, quincalleros, traperos, barquilleros, cerralleiros y charlatanes, parte también de la intrahistoria de estas aldeas que han sucumbido a la soledad. No señor, ya no somos como antes: conversación alterada, caminar sosegado, vistosidad del atuendo, exclamaciones, risas, carcajadas, ir para ver y para ser vistos. 

Se hablaba de todo y sobre todo: parroquia mal regentada, entrega obligada de granos impuesta por la Dirección General de Abastos, el temible y adusto maestro, las trifulcas entre el alcalde y el secretario, la mala fama del prestamista que se iba apropiando de las fincas en fianza, llegando a poseer un número extenso de propiedades. Cadena de oro cruzando la pechera con reloj en el bolsillo alto del chaleco, distinguía al ya entrado en años, emigrado en Argentina o de vuelta de Panamá. Su nuevo acento, marcando un che adulzado o un vos ridículo, reprimía la hibridez de su gallego, asfixiado por la nueva identidad, adquirida en pocos años de ausencia. 

Emigración a la deriva que dejó tragedias no relatadas: la añoranza de un espacio al que nunca se vuelve, familias desunidas por la penosa distancia. Los marcados cambios políticos, corruptos regímenes, devaluaciones de la moneda, alteraciones de la economía, cerraron el camino del retorno. La dulce habanera quedó trocada en el oscuro diapasón del desposeído. Lejanas imágenes, soterradas en la oscura memoria, que moldearon toda una existencia. Casas cerradas, vecinos para siempre ausentes, evocando las estampas ya perdidas en los espacios del olvido. Este devora, de acuerdo con Juan Varela, el autor de Pepita Jiménez (1874) los recuerdos. 

Crónicas éstas cuyo objetivo es también reafirmar en contra el olvido, y para quien las lea, ese vivir a espaldas del gran misterio que envuelve nuestras vidas: la memoria del olvido.

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