Opinión

Gaudeamus igitur (Alegrémonos pues)

Mañana vibrante de luz y color. Música de celebración. Fin de curso y día de la graduación. Atuendo multicolor: el profesorado desfila detrás del Rector, al frente el gran estandarte con la insignia y la mascota del centro. Y cada profesor vistiendo los colores de la universidad de donde se doctoró. Detrás los miembros de la corporación: prevostes, decanos, facultades, departamentos y los que se licencian (Bachelor), los que han obtenido el Máster y los doctorandos (Ph. D., acrónimo por Doctor in Philosoply. Ciencias a un lado, Letras al otro. Y finalmente el numeroso grupo de Antiguos Alumnos (algunos distinguidos donantes), y familiares que celebran el fin de carrera del ser querido. Día inolvidable en la memoria de los presentes. Y el rotundo y universal himno final, que entona la banda universitaria, voceado desde las lejanas sombras de la Edad Media. Todo el campus, a una sola voz, en pie: Gaudeamus igitur. Y a todo pulmón: «Vivat Academia, / vivant professores. / Vivant membrum quodlibet / vivant membra quaelibet, / Semper sint in flore»;  «Viva la Universidad, / vivan los profesores. / Vivan todos y cada uno / de sus miembros, / resplandezcan siempre». Vuelan por los aire los negros birretes de los graduados. Y ondean las banderas de las distintas naciones de donde proceden los estudiantes llegados de afuera.

El vibrante himno, sus estrofas, en la memoria de quienes hayan pisado las aulas universitarias, se contraponen a las recientes trifulcas, tanto políticas como académicas, sobre cuestionables convalidaciones de asignaturas, actas de evaluación, trabajos o tesinas que supuestamente no constan registradas. Y lo más grave, firmas falsificadas. En mente, el caso de Cristina Cifuentes, ex-presidenta de la Comunidad de Madrid y el más reciente de Pablo Casado, presidente del Partido Popular. Sorprende a quienes hemos sido docentes en centros académicos de renombre y, en mi caso, dos trienios al frente de un departamento. 

Un título académico (Máster en este caso) expedido bajo sospecha de irregularidad debe mover ipso facto a la institución a iniciar una investigación interna. Está en juego el prestigio nacional e internacional de la institución, del profesorado, de los títulos que concede, y de la validez de éstos ante otras instituciones del mismo rango. Y ante la competencia. Tanto en Yale University como en Brown (me doctoré de la primera y ejercí como catedrático en la segunda una veintena de años), la mera sospecha de plagio, y probada, implicaba la expulsión inmediata de la institución. Y la cancelación de las becas de que disfrutaba el sancionado. No valían ruegos ni disculpas. Plagiar es hurtar un conocimiento que es ajeno a quien lo usa, un fragante acto de deshonestidad y de falta de honradez. Quien plagia es un farsante. Presume de un capital intelectual que no le pertenece. Es inmoral. La cita del texto ajeno se debe presentar entre comillas. E indicar su procedencia. Asombra quien públicamente hace alarde de bordear un examen a base de «chuletas».

El proceso de convalidar asignaturas cursadas en una institución académica, y el de trasferir su equivalencia a otra, se debe llevar a cabo con cierto recelo. Debe regir entre ambas un marco de prestigio y de rigor académico entre la institución que cursa la convalidación y la que la acepta. Un comité nombrado ad hoc debiera confirmar o negar parte o la totalidad de las asignaturas que se desea convalidar. A tener en cuenta, la equivalencia, el programa que la avala, y el ranking de la universidad que procesa la convalidación frente a la que la acepta. 

Un acreditado programa de Máster requiere una media de doce seminarios presenciales, tesina de unas cien páginas o examen oral o escrito. Y un comité que evalúe la prueba final. Brown University tan solo aceptaba, en mi campo (Humanidades), la convalidación de un máximo de tres seminarios o asignaturas. A veces, tan solo dos y hasta una o ninguna. Un Máster cursado en Yale no necesariamente coincide con el que ofrezca Princeton o Harvard, aunque sea en la misma materia. Un caso concreto: metodologías en la enseñanza de lenguas extranjeras. La aproximación crítica depende del enfoque de los seminarios, de los textos, básicos y auxiliares (bibliografía), de los requisitos en cuanto al proceso de calificación y del trabajo final. Todo deletreado en el  syllabus que, a modo de programa detallado, se entrega el primer día de la clase. Es a modo de contrato o de ruta se seguir por el profesor y los alumnos a lo largo de cada seminario.

Si el programa exige un ensayo o tesina de final de carrera, el profesor a cargo deberá leerla, corregirla, evaluarla y devolverla al interesado con la nota correspondiente. Y con los comentarios. Me consta que en algunas universidades de Estados Unidos archivan en sus bibliotecas, en una sección especial, las tesinas y tesis doctorales. Así se pueden consultar dentro y fuera del país. Pero ni al profesor ni al alumno se le exige que las retengan. Es inimaginable que tales datos no consten en la Oficina de registro (Registrar Office) de la universidad en cuestión: petición de convalidación, asignaturas convalidadas, cursos seguidos, notas obtenidas, título de la tesina, nombre del profesor que la dirigió, calificación final, Y fecha del título concedido. De no ser así, raro, raro, raro. La calificación ideal que debiera obtener una tesina de Máster en el área de las Humanidades es la que, previas  revisiones, pudiera ser publicada, parcialmente o en su totalidad. Y tal la meta que el profesor encargado de dirigirla debiera proponer al inicio del proyecto, previa aprobación del tema a desarrollar. De nada.

Parada de Sil. 

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