Opinión

La hoguera de las vanidades

Simplemente espectacular. Nada semejante en la historia de la cristiandad. Un fraile dominico y dos de sus hermanos conventuales, colgados de un madero y consumidos en la hoguera en el centro de una plaza, frente al edificio del gobierno de la ciudad de Florencia. Sus cenizas, horas más tardes arrojadas a río Arno. Una historia compleja, y no menos fascinante, con lecturas contrastadas. Girolamo Savonarola (1452-1498) era la bronca voz del nuevo Jeremías. Desde su púlpito en la iglesia de San Marco, convento de los dominicos, urgía a la renovación cristiana. Le inquietaban las nuevas manifestaciones del arte y de la cultura del Renacimiento: exhibición pública de cuerpos desnudos, cincelados en mármol blanco (el famoso David de Michelangelo), anatomías incitantes y eróticas, bellas damas ocultando su desnudez bajo transparentes sedas (La Primavera de Botticelli).

Savonarola anunciaba la inminencia del castigo divino: inundaciones, caída de Florencia, necesidad de instaurar una república teocrática, del pueblo y por el pueblo. Tiempos de austeridad y de penitencia incitando a la juventud a seguir el nuevo apostolado evangélico. Desoyendo las advertencias del papa Alejandro VI, que en persona condenó su conducta, Savonarola convirtió sus delirios de redención en farsas teatrales. Durante tres años, ya excomulgado, organizó grandes procesiones que tenían lugar el Martes de Carnaval. Desde la plaza de San Marco, al frente de sus fieles, se dirigía bajo palio, portando un cáliz, a la plaza del Consejo de la ciudad. Y urgía a sus seguidores a desprenderse de sus objetos de lujo: joyas, pulseras, cadenas, vestimenta provocativa, pinturas, imágenes eróticas. Y las arrojasen a la hoguera. Lo fijó el dicho popular: «la hoguera de las vanidades».

Liberada del poder de los tiranos, Florencia sería la nueva Jerusalén redimida. Ya en los breves poemas de Savonarola, escritos en su juventud, mostraba una ardiente vena apocalíptica. Afamado predicador. Voz tronante, pausas bruscas, mirada fulgurante, sus sermones basados en la primera epístola de san Juan y en el Libro de la Revelación (Apocalipsis) atraían a tanta gente que fue necesario que los dirigiese desde el púlpito de la gran catedral, Il Duomo. Su gran tema: la corrupción de los clérigos. Logró instaurar un nuevo gobierno en Florencia y la expulsión, si bien brevemente, de la oligarquía de los Médicis. Al frente se constituyó el Consiglio Maggiore (Gran Consejo). En otro célebre sermón auguró la muerte de Lorenzo de Médici y del papa Inocencio VII.

En otro escribió su viaje místico. Encuentro con la Virgen María en el Cielo a quien le entrega una corona fabricada por el pueblo de Florencia. Le pide le revele el futuro de su ciudad y que Cristo sea el nuevo rey de Florencia. Se promulgan nuevas leyes contra la sodomía, el adulterio, la ebriedad. Y Fra Silvestre organiza grupos de jóvenes para que patrullen la ciudad y vigilen las conductas indecentes. Él mismo Savonarola propuso comprobar sus milagros. Fallaron las pruebas. La reacción popular fue inmediata. Asaltó el convento de San Marco y los tres frailes  confesaron haber inventado sus visiones y la falsedad de sus relatos. Ante un tribunal izado en la Piazza della Signoria fueron condenados por herejes y cismáticos. Desprendidos de sus hábitos, colgados de tres maderos, un fuego a sus pies los fue consumiendo. Una previa explosión de pólvora, ceñida a sus cuerpos, alivió el proceso.

Savonarola se convirtió en mártir de una causa justa y en ejemplo a seguir como mística figura. Sus seguidores (los piagnoni o ‘llorones’) fueron silenciados, al igual que su movimiento político y religioso. Sus escritos, cartas, sermones, crónicas, diarios, traducidos al francés, dieron pie para ver en Savonarola al precursor de un nuevo movimiento evangélico. Reformitas suizos (Calvino) y alemanes (Lutero) lo consideraron como un mártir. Su Orden, una figura piadosa que auguró el movimiento de la Contra Reforma y para el Risorgimento italiano de mediados del siglo XIX el promotor del cambio político: despotismo, libertad de Italia, unificación.

Luca Landucci en A Florentine Diary detalla la ejecución. ‘Se alzó una plataforma frente al Palazzo Vecchio, en medio de la Piazza della Signoria. Presenciaron la ejecución el Vicario general de los dominicos, canónigos, sacerdotes, monjes de otras órdenes religiosas, el obispo de Verona y miembros del gobierno de la ciudad. El primero ejecutado, fray Silvestre; el segundo Fra Domenico de Pescia; el tercero Fra  Girolamo Savonarola como heréticos y cismáticos’.

Una placa circular de mármol con letras inscritas en bronce, sobre el suelo, señala el lugar donde se alzó la picota y la fecha: 23 de mayo de 1498. Conmovido, esta crónica sobre un hecho tan memorable. 
Parada de Sil

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