Opinión

Huellas perdidas: San Agustín (La Florida)

Pasamos por San Agustín (La Florida) de vuelta a Urbana (Illinois), al final de las vacaciones de primavera. Miles de estudiantes procedentes de los grandes universidades de los estados del Medio Oeste (Michigan, Wisconsin, Minnesota, Ohio, Illinois ) viajan alocados a las playas calientes de La Florida. Les mueve una vieja tradición: romper en bulliciosas fiestas la dura rutina académica de aislamiento y de rutina diaria de estudio: clases, y ensayos semanales.  Se conoce este periodo, diez días como término medio, como The Spring break, literalmente ruptura (break), o mejor, vacaciones o receso de primavera. Juergas, playas abiertas con fina arena blanca (famosa Daytona Beach), cercanas al Cabo Cañaveral, a Walt Disney y al Kennedy Center, son los espacios más concurridos por las jóvenes parejas ansiosas de nuevas aventuras: aire caliente, sol aplastante. barbacoas a la caída de la tarde, abundante cerveza Miller. Orlando y sus cercanías son el lugar de referencia; Tampa, cercana al golfo de México, el otro espacio de encuentros. Lejos, los frecuentes cielos grises, plomizos, de Michigan (la gran mayoría del año), y las heladas brisas de Minnesota. 

El sol caía sin alivio en San Agustín, situada en la parte noreste del estado, ya cercana con la frontera de Georgia. Y siguiendo la costa atlántica, no lejos Carolina del Sur, y Columbia, la  capital de su estado, ciudades no menos mágicas como lo es Charleston. Aquí las ciudades se visten de lujosas y exuberantes palmeras. Días claros, pleno sol, cortesía sureña en el servicio de restaurantes y moteles de ruta. Forman parte del sur profundo (Deep South), sumamente religioso, con sus biblias de pastas negras sobre la mesita de cada motel. Y su Country Music, que llega de la cercana Nashville y de su afamado Hall of Fame (Salón de la fama),

La ciudad de San Agustín era un obligado alto en el camino. Fundada en 1565 por Pedro Méndez de Avilés, situada en el norte del estado de La Florida, es la ciudad europea más antigua del país. Su sobrenombre (Old City) la diferencia y distingue. Es como Toledo, la ciudad de las tres culturas: española en su origen, inglesa, nuevamente española y finalmente estadounidense. Sus múltiples banderas, la de España con la Cruz de Borgoña, la británica, la bandera actual de España, la de los Estados Confederados americanos y, finalmente, la norteamericana, marcan las grandes vicisitudes de su pasada historia

Apenas habían pasado dos décadas desde la llegada de Colón a las costas de la isla Hispaniola cuando Juan Ponce de León exploró las costas de La Florida en 1513. Le siguió Pánfilo de Narváez a quien le acompañan Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, cegados por la búsqueda de nuevas tierras y por la mítica fuente de la eterna juventud. Fue Cabeza de Vaca el más alocado de estos andariegos exploradores. Dejó un relato, Naufragios, que sigue siendo lectura obligada en las letras coloniales. Y lo son los Diarios de Colón, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, y no menos las Cartas de relación de Hernán Cortés. 

Ante el cronista por tierras de Indias, al servicio de «Vuestra Majestad» o de “Vuestras Altezas” (el Emperador Carlos V) se abría en su caminar un espectáculo (unos signos) completamente inéditos. Una naturaleza no previstas. Paisajes, espacios, transcurso temporal, eran categorías que debían fijar y describir en un nuevo contexto. Los ejemplos son fáciles de espigar a partir del Diario de Colón, el primer testimonio, de acuerdo con García Márquez, de la llamada «literatura mágica». La fabulaciónn y el mito se acoplan al bagaje cultural renacentista, y a previas lecturas sobre el lejano Oriente. Una realidad que se asume y se lee como texto literario. De ahí que se haya hablado de la colonización por el lenguaje, una constante en las letras hispanoamericanas. 

El referente es siempre europeo, peninsular: «Y después junto con la dicha isleta están huertas de árboles, las mis hermosas que yo vi tan verdes y con sus hojas como las de Castilla en el mes de abril y de mayo, y mucha agua», escribe Colón el 14 de octubre de 1492. La dislocación es obvia. Colón tendría en mente las frondosas huertas de Andalucía, bien conocidas por él, ricas en agua y frondosas arboledas. Tal asociaci6n nos lleva, por ejemplo, al 17 de octubre. “En este tiempo anduve así por aquellos arboles, que era la cosa más fermosa de ver que otra se haya visto, viendo tanta verdura en tanto grado como en el mes de mayo en el Andalucía. El arbolado, una maravilla, los aires muy dulces “como en abril en Sevilla”. De aquel lejano caminar tan solo quedan las huellas textuales: testimonios que relatan admiración y sorpresa ante un Nuevo Mundo no conocido por mentes europeas.

(Parada de Sil)

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