Opinión

Lágrimas desde el exilio

Ya rondaban los sesenta años algunos de ellos: el coruñés Emilio González López, Xosé Rubia Barcia, Vicente Llorens. Y asumía con ellos la nostalgia del espacio lejano. El primero dirigía el programa graduado de la universidad pública de la ciudad de Nueva York (The City University of New York), que a veces se confunde con la institución académica privada -New York University-, cuyo centro se sitúa alrededor de la Washington Square, no lejos del centro de Manhattan. En mente la novela de María Dueñas, Las hijas del capitán, cuya acción se desarrolla en esta zona (Calle 12)
Aparte de ser un distinguido académico, con memorables publicaciones sobre la Galicia de los Austrias, González López dirigió durante varias décadas la Casa de Galicia, situada en la Calle 12.

Entre sus paisanos era “don Emilio”. Celebraban grandes comilonas. Era destacada la colonia de gallegos hacinados en el barrio de Brooklyn, procedentes la mayoría de la zona de Sada (A Coruña). Algunos de ellos ávidos marinos que al tocar “la ciudad que nunca duerme”, en frase de Frank Sinatra (the City that never sleeps), saltaron del barco al puerto. Y buscaron mejor vida.

Don Emilio fue uno de mis primeros contactos. Tenía su despacho en la Calle 42, enfrente de la imponente Biblioteca de Nueva York, cuya majestuosa fachada se alza frente a la Quinta Avenida. Poco pudo hacer don Emilio ante mis escasas y hasta mediocres credenciales académicas: Escuela Normal de Magisterio. Años después, ya profesor en la Columbia University, y ante el nuevo reencuentro (habían pasado casi diez años), me dio un gran abrazo al reconocerme. Ya era otro. Yale University me había transformado. A don Emilio le escocia su Coruña lejana. Siempre quiso volver. De mediana estatura, cordial, vivaracho, ilustre catedrático de Derecho Penitenciario, con saltos a la cátedra de Salamanca y Oviedo, políticamente muy activo en la España republicana, un barco y una huida con trágicos saltos. Ya anciano, quiso que lo llevasen a morir a su Coruña. Y allí fue enterrado. Sin hijos, su mujer, una manchega de armas tomar, se fue oscureciendo en la anonimidad. 

Otro coruñés, nacido en Mugardos, Xosé Rubia Barcia, llevaba sobre sus hombros un cúmulo de vivencias memorables. Ilustre académico y arraigado político, un campo de concentración en Francia, un barco, y Cuba donde funda al poco de llegar la Escuela Libre de la Habana y la Academia de Artes Dramáticas. Otro salto lo sitúan como profesor en la prestigiosa Princeton University, recomendado por don Américo Castro, el gran gurú de las letras peninsulares. Años más tarde, en Los Ángeles, al lado de Luis Buñuel como guionista de Las novia de los ojos ensangrentados y La novia de la medianoche. Era una gozada como intelectual y como humanista de múltiples vuelos. Lo conocí en un esporádico congreso en Los Ángeles. De aquellas al frente del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de California en Los Ángeles. En 1985 ya constaba como profesor emérito.

Aun sonaba su nombre a mi paso por la Universidad de Illinois (Urbana-Champaign): Ramón Iglesia Parga. Y no menos el de su mujer, Raquel Lesteiro. Entre sus muchos reconocimientos, la beca de investigación de la Fundación Guggenheim. Formado en el Centro de Estudios Históricos, dirigido por Ramón Menéndez Pidal, al lado de Dámaso Alonso, destacó con su edición del Enquiridon de Erasmo. En 1931, formó parte del prestigioso Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.

Combatiente en el ejército republicano, capitán de Estado Mayor y Comandante de las Brigadas Internacionales, a bordo del buque Sinaia, llegó a México en 1939. Y ya en el período 1941-1943 dicta en El Colegio de México un curso sobre “Historiografía de la conquista de la Nueva España”. Y edita la obra de Bernal Díaz del Castillo (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España). Y es reconocido como “uno de los renovadores de la historia de la historiografía en México”. Originario de Santiago de Compostela nunca volvió a su ciudad. A mi llegada a la Universidad de Illinois (1977) aun se rumoreaba, sotto voce, el trágico final de Iglesia Parga, ya en la universidad de Wisconsin, Madison. Se suicidio el 5 de mayo de l948, con apenas 43 años. Me intrigó la causa de su suicidio. Supe que había simpatizado con Henry Kahani, el ilustre filólogo judío, berlinés, también exiliado y, ya en la Universidad de Illinois, se había consagrado como un lingüista de talla internacional. 

Al igual que Kahani, Iglesia Parga dominaba cinco idiomas y caracterizaba a ambos la sencillez y cordialidad. Tal vez el aislamiento y la soledad que impone el vivir entre desconocidos, alejado de sí mismo, en continuo desasosiego, causó su trágico final. Tal vez. 
(Parada de Sil)

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