Opinión

Que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho

Frases lapidarias, solemnes, que a modo de antorchas trazan las sendas del vivir y de la experiencia humana. Máximas llenas de agobiante sabiduría, epigramas, epitafios, proverbios y hasta refranes que la vida cotidiana ha ido consagrando en la convivencia social. Tal como “Dime con quien andas y te diré . . .”; o “más vale pájaro en mano que . . .”; y hasta “Quien bien te quiere te hará llorar”. El Quijote es el gran archivo de la memoria histórica y del vivir. Consejos y consejas cunden por doquier. Surgen de la experiencia del leer “mucho” y del andar mucho. Y ambas enriquecen la sabiduría del buen convivir. Cervantes pateó muchas calles y alzó los aldabones de muchas puertas, exigiendo a sus moradores más impuestos para poder subvencionar los gastos de la armada en tierras de Flandes. Una vez más, a las puertas de una gran crisis económica. Terminó con sus huesos en la cárcel acusado de malversación de fondos.

Cautivo cinco años en las mazmorras de Argel después de haber recorrido parte de Italia y participar en la batalla de Lepando, dos intentos de fuga fallidos, y rescate final por los frailes de la Merced, le recuerda al buen Sancho el sumo valor de ser libre: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres le dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Tal definición resuena en el imaginario político y social de manifiestos e ideologías de variada índole. Progreso y modernidad se concentran en el encabezado inicial: leer, andar y ver equivalentes a saber. Es decir, una comunidad de ciudadanos que realza la importancia de la lectura, y que patea espacios culturales (museos, exposiciones, teatros, conciertos) es culta, letrada, inteligente, sabia. Democrática, avant la lettre. Busca el bien común, el respeto mutuo, la concordia frente a la diferencia, el diálogo, el consenso. Y renuncia al altercado, al insulto, al vocerío, a la mentira y al maniqueísmo (izquierda/derecha). Una sociedad letrada es altamente democrática, ya en mente en el sabio Don Quijote. O sea, Miguel de Cervantes.

Más aún. A punto de ejercer Sancho como gobernador de la imaginada Ínsula Barataría, don Quijote le aconseja sobre cómo proceder: “teme a Dios, porque en el temerle está la sabiduría”; “procura conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”; “haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje . . . y préciate más de ser humilde virtuoso, que pecador soberbio”; “la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por si sola lo que la sangre no vale”; “descubre la verdad entre las promesas y dádivas del rico”; “y si una mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros”.

No menos acierta Sancho en su retahíla de refranes. Ante la observación del hidalgo manchego, que “el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija”, Sancho lo atosiga con otros puntuales: “júntate a los buenos y serás uno de ellos”, y “no de quien naces, sino con quien paces” (II, 32). Que huya del engreimiento, le aconseja don Quijote una vez gobernador: “Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, porque toda afectación es mala”. Y una buena dieta: "Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago” Y más aún: "Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos ni de erutar delante de nadie”. El no erutar (eructar) da pie para una sutil observación etimológica y apropiación de nuevos términos lingüísticos, no impuestos, sino consagrados por el habla y el uso: “Erutar, Sancho, quiere decir regoldar, y éste es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy significativo; y así, la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar, y a los regüeldos, erutaciones; y, cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso”.

A cuento, el gran aserto de Jorge Luis Borges: uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe.

(Parada de Sil).

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