Opinión

Lejana memoria

Ya era tan solo una vaga referencia. “Había que hablar con Federico de Onís”, comentaban algunos ilustres filólogos, tras-terrados, sin apenas futuro, y con ansias de acomodarse en el mundo académico de Estados Unidos. Y lograr un sustento económico decente. Habían dejado sus cátedras ante el temor de una trágica represalia, por el mero hecho de defender la República. Jorge Guillen, Universidad de Valencia, Pedro Salinas en la de Madrid. “Él nos puede ayudar”, comentaba uno de ellos. Así consta en la extensa correspondencia mantenida entre  el autor de Cántico (Guillén) y el de La voz a ti debida (Salinas). 

El ilustre salmantino, arraigado como catedrático de literatura española en la Universidad de Columbia conocía y manejaba los entresijos de la profesión. El poder de las influencias. Un tanto estrafalario en su forma de vestir y hasta de caminar, brusco y airado y un tanto arbitrario, oí comentar por boca de sus colegas y alumnos. A mi paso por Columbia Universitty, me valí de Anthony Tudisco, alumno de Onís, para que me deletreara la historia del Departamento, afincado en la Casa Hispánica, entre Broadway y la Calle 116. Francisco Ayala, otro exiliado a pasos forzados entre Argentina, Puerto Rico y Nueva York, trató a Onís en su época final en Puerto Rico. Y dejó una chocante semblanza: hombre arbitrario, áspero, intratable, bueno y generoso, pero a la vez “una inesperada vena de honda ternura bajo la ruda corteza”. Chocaba su apariencia física. Sus toscos atuendos (chaqueta, zapatos, boina) rompían el convencionalismo del catedrático de una distinguida universidad. Y del profesor cuya brillantez en la aula impresionaba al estudiante de posgrado, ya entrado en años.

 Federico de Onís construyó una nueva imagen: el del personaje castizo, rudo de formas y,  a las veces, tierno y afable. Paseando por Broadway Avenue lograba que torciese la cabeza de quien le veía, sorprendido: el típico pardillo, cigarro medio caído entre los labios, tal vez llegado del centro del Medio-Oeste (Midwest) americano. Personaje tan de novela (o de nivola), que en palabras de Miguel de Unamuno, su profesor y maestro, asumía la figura de lo auténtico español, salmantino, zamorano e incluso maragato. Lo delataba su estrafalaria indumentaria, su forma de llevarla, corte de pelo, gestos, inflexiones de voz, modos de expresarse. Reflejaba al castellano consagrado por los escritores de la Generación del 98. En mente la figura de don Ramón del Valle Inclán, y las esperezas y agudas ironías de Pío Baroja. Federico de  Onís creó una imagen un tanto estilizada del ser español. Personaje que asumía su propia persona, a modo de figura teatral, marginada. Así lo describe Francisco Ayala, que lo trató personalmente, en su libro de Recuerdos y olvidos. 

Su causó sorpresa y consternación entre colegas y en el mundo del hispanismo internacional. En una de mis visitas a la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras), me sorprendió que el Seminario de Estudios Hispánicos llevase el nombre de “Seminario Federico de Onís”. Tal era el respeto y la admiración que sentía la facultad hacia su fundador. Al final de su vida Onís no pudo aceptar las “miserias de la senilidad”.

Hijo del encargado del archivo de la Universidad de Salamanca, alumno predilecto de Miguel de Unamuno, con tesis doctoral dirigida por Ramón Menéndez Pidal, ingresó por oposición en el cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos y ganó la cátedra en Lengua y Literatura Española  en la Universidad de Oviedo, con traslado a la de Salamanca. Invitado por la Universidad de Columbia como profesor de Literatura Española, fundó el Instituto de las Españas, y se transformó en figura clave en las relaciones culturales entre España y Estados Unidos. 

De su mano, pasaron por la Universidad de Columbia figuras de gran relieve internacional: desde Federico García Lorca y su hermano Francisco, a la chilena Gabriela Mistral, Premio Nobel. Y fundó y dirigió durante varias décadas la Revista Hispánica Moderna, un referente bibliográfico y crítico, cultural y literario. Federico de de Onís, español de tres mundos, con su estudio sobre fray Luis de León, el Martín Fierro argentino, confirmó su presencia con su estudio pionero: España en América. 

Fue su motto, y como gesto de gratitud a su maestro (Unamuno), “el agitar los espíritus dormidos” y “romper la monotonía y la vulgaridad de nuestro ambiente espiritual”. 

Parada de Sil

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