Opinión

Leyendo el verano

Leo estos días a Garcilaso de la Vega. Y una nueva naturaleza, plástica, anímica, viviente, que acompasa y simpatiza con las penas de quien la contempla. Y éste lo hace Garcilaso en múltiples configuraciones, leídas en parte en la Arcadia de Jacopo Sannazaro y en las églogas de Virgilio. Mundo elemental, exquisito, bucólicamente diseñado, estático, sus personajes se entretienen, en el ocio de sus vidas, en amar, cantar y contar el enredo sentimental de sus amores. Antes como ahora: te veo, te miro, sigo tu silueta, te quiero para mi, te amo (amor a primeva vista), te celebro con la mirada. Y convivo contigo al compás de los ciclos cósmicos: noche y día, mañana y tarde, aurora y ocaso.

Surge con Garcilaso la sensibilidad del oír, del ver y del tocar. Los colores se describen en diversas tonalidades, y el sonido se multiplica en variedad de cantos que aportan las nuevas aves: el ruiseñor, el jilguero. Y en la lejanía la leal y noble tórtola que a su canto le respondía risueño un ruiseñor. Se tatareó por los caminos de los viejos romances medievales. Y la consagró la canción del prisionero: «Que por mayo era, por mayo, / cuando hace el calor, / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor, / cuando canta la calandria / y responde el ruiseñor, / cuando los enamorados / van a servir al amor [. . . ]». 

Funda y adelanta Garcilaso una manera subjetiva de aprehender la conciencia de ser humano: los cambios bruscos de los sentimientos, la inseguridad y el atormentado vaivén de emociones encontradas: "lloraré de mi mal las ocasiones", al borde de la inestabilidad anímica, entre apetito (deseo) y razón (contención). Y a medio camino entre la violencia pasional, el ansia de quietud y calma. El tono elegiaco y el pastoril, lo clava la gran pegunta del Ubi sunt (¿dónde estamos?). La armonía contrastada de la naturaleza va a la par con las disonancias que causan el dolor y la melancolía ante el desdén.

Si todo gran sistema poético "tiene su metafísica", en acertada frase de Antonio Machado, el del Siglo de Oro se define por una clara correspondencia y alternancia entre Dios, hombre y mundo. El "aquí" y el presente cobran sustantividad en el Renacimiento; en el Barroco, el  aquí se transfiere en el por qué del destino, sus causas y en la salvación post mortem. El hombre se define, en palabras de Segismundo, célebre personaje de La vida es sueño de Calderón, en "monstruo de su laberinto". Si la figura del cortesano es el ideal perfecto del Renacimiento, el discreto lo es del Barroco. El Renacimiento realza la realidad de los objetos; en el Barroco las apariencias, meros signos, artificios del lenguaje. Se extiende a la vida como sueño, al espacio como ruinas, al placer de la vida como fugacidad. Nada es igual. Los signos se desliza en otros signos, complejos, intrincados, en una continua fuga que anula la referencia. Se anula la semejanza. Todo son apariencias o mejor, diferencias. 

Si la poesía de Garcilaso es la mejor expresión de la España de Carlos V, a modo de un rico y fervoroso cruce de múltiples caminos -humanismo italiano, paganismo y sensualidad, descubrimiento de la propia conciencia, idealización del individuo y del espacio que habita; tradición clásica, mitografía-, en Don Quijote ya se detecta la andadura trágica de sus personajes, ubicados en otros tiempos y en otra historia, que son iguales y a la vez diferentes. Renacer (renacimiento) es también recordar la experiencia vivida; es recobrar la historia del pasado clásico; es evocar la imagen corpórea de la amada ausente. La subjetividad es la medida del tiempo cronológico. Se contempla lo exquisito de las aromas. Se disfruta de la frondosa verdura del bosque, del trasparente fluir de aguas y corrientes, del murmurio del follaje. Se establecen los grandes mitos animistas: rocas, árboles y animales se conduelen ante el sufrimiento de quien lamenta una ausencia. 

La melancolía es fruto del fracaso y de la impotencia. La consagra el famoso grabado de Alberto Durero: una figura alada de mujer, rodeada de una serie de signos mágicos. Un perro, un compás, instrumentos de carpintería, denotan las causas biológicas, racionalistas y fatales de la melancolía. El correr inexorable del tiempo, la vanidad de las cosas humanas, las mudanzas de la fortuna, el decepcionante contraste entre lo que es (realidad) y lo que se idealiza como posibilidad (aspiración), dio lugar a nuevos estadios de pesimismo y desencanto. Cautela ante el porvenir. 

La lectura de un  escritor clásico (Garcilaso de la Vega en este caso) incita a esa contemplación agria ante el Ubi sunt. ¿Quienes somos?, ¿dónde estamos?, ¿a dónde vamos? Porque los grandes escritores dan siempre qué pensar.

(Parada de Sil)

Te puede interesar