Opinión

Manuel Vilanova o la palabra asombrada

Manuel Vilanova es el gran mago de la poesía gallega contemporánea. En su mano, el gran artilugio de la palabra que enuncia, deletrea y se extiende en largos versos, rítmicos y sonoros, extensos y rotundos. Otros breves y epigramáticos. En un libro célebre (E direivos eu do mister das cobras) dio un vuelco a la poesía gallega contemporánea fundando un nuevo relato lírico al borde de la ruptura. Marcó un señero límite en el espacio de la innovación. Son contados quienes logran abrir una página brillante en el canon de la poesía gallega contemporánea. Manuel Vilanova la ha sellado para la posteridad. Humilde, callado, a su aire, consigo mismo, ha ido rumiando sus versos a la orilla de un mítico río (Miño), o desde su aldea colgada en las estrellas (Barbantes), o sobre un banco situado en el borde de la Gran Vía de Vigo, o en los mágicos aires que suben por su ría.

Han pasado más de cuarenta años desde el primer libro de Vilanova: Mejor el fuego (1972), El cazador de días (1977), El quinto cáliz (1997), El corazón del pan (2002). Plenamente bilingüe, destacan en gallego A lenda dos árbores de prata y E dereivos eu do mister das cobras. Éste último marcó la diferencia (1980): el desgarro vibrante de versos blancos que, a modo de alargados versículos bíblícos fijó, modus alegórico, la voz en diapasón del mister das cobras. Universalmente celebrado por la crítica internacional, consta en The Encyclopedia of Poetry and Poetics, publicada por la prestigiosa Princeton University Press. Y no menos A esmeralda branca, premio nacional de la Crítica Española. Su última entrega, a la que nos referimos hoy, Un banco na Gran Vía (2016), que sube de las quinientas páginas con doscientos cincuenta y seis poemas.

La voz lírica (eu) se va doblando en ese ver y mirar desde un banco que lo sitúa al margen de los que pasan. Les cuenta, a ellos y a sí mismo, la fatal historia de nuestra transitoriedad. Configura un mundo original a base de hilar imágenes divergentes, dispares, a medio camino entre el relato mítico y la visión cotidiana de lo actual. Toda una poética de la fragmentación, tan presente, que conlleva una forma de reflejar el complejo entorno social e histórico asentando en su meollo convergencias, asociaciones fragmentadas, espejos rotos, ironía y una honda melancolía ante el más allá: espacios de lo sagrado en imágenes claves y míticas. Son recurrentes las referencias Santo Graal.

La alternancia de la identidad personal que salta del yo (eu) al tu y al nos se ve así mismo como máscara de ese otro, transido de mortalidad: «Volverei chorando deste mal do tempo / cando alguén me chame / desde o bosque da chuvia» (15). Tono exultante, solemne, plegaria, e invocación, vigía de su propia contención, como aquel Walt Whitman, consciente en el tiempo de su ardiente contemporaneidad. Dos voces, Morgana e Leliadoura, sentados en un banco de la Gran Vía, son a modo de voceros alternos, de la «sontaxe da desmesura que vivimos». Desmesura y contención enmarcan una gran variedad de extensas enunciaciones: añaden, yuxtaponen y contraponen las extensas perífrasis, a modo de versículos bíblicos, sobre el qué, el cómo y el cuándo de la búsqueda ya casi cumplida. Un sistema de sentimientos flotantes, sin afinidad, movidos por el arte analógico que le confiere el poema, en unión y a la vez en continua divergencia. Deletrean la máscara de quien, sentado en un banco de la Gran Vía de Vigo, se inscribe a sí mismo en la faz de los otros.

La mejor tradición del relato de la prosa en gallego, de Otero Pedrayo, Álvaro Cunqueiro y Blanco Amor se combina con la admiración de Manuel Vilanova por la lírica en habla inglesa (Shelley y Yeats), poetas metafísicos (entre ellos John Donne), «el gran Aldana» y, en íntimo maridaje, Luis Cernuda a quien Vilanova le dedicó su tesis doctoral. Y siempre de la mano, el libro abierto. O en palabras de T. S. Eliot: un ‘recoger e innovar’, porque ‘solo aquellos que se arriesgan a ir muy lejos saben lo lejos que pueden ir’. Uno es la palabra, mientras la palabra dure. Y en proceso. El poema se cierra ante la palabra silenciada.

De ahí a la vez el profundo intimismo personal de este último libro de Vilanova; inquietante angustia existencial que va enmarcando un destino ya anunciado, reo, como todos nosotros, de un eterno más allá. De él ya se puede decir: «Pasou a vida / tentando atopar as coincidencias ocultas» . . . e horas e horas lendo, no banco-barca con velas’; también su palabra asombrada: una fundacional vila nova de palabras asombradas.

Parada de Sil

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