Opinión

Las memorias también emigran


Hace mucho tiempo que no soy yo 
(Fernando Pessoa)

Cada uno se disfraza de aquello 
que es por dentro,

(Gilbert K. Chesterton)

En una breve ficha, perdida entre varios folios del manuscrito, escribe Xusto. Hoy noto el pino enfrente de mi casa como el pino que había enfrente de mi otra casa o enfrente de aquella ya tan lejana mi otra casa. Reverente, respetuoso, erguido, enhiesto. Sube en punta, conserva sus hojas, vibra suave con las rachas del viento. O no se inmuta, llegada la calor. Es el árbol para todas las estaciones. He conocido mucha variedad de pinos: el medio azulado, el de ramas agudas y hojas hirientes, el más abierto y frondoso, el esquelético que solo mira para sí mismo, creciendo y creciendo. Forma parte de extensos pinares y acoge a modo de callado murmullo de cientos de brisas. Caminando bajo sus follajes es como ir marcando los pasos milenarios que han escuchado el suave murmullo. Invita a la meditación y al silencio. Es como si uno se sintiera integrado en su entorno. Mágica invitación de volver a la tierra; de ser parte de ese murmullo milenario en el ágil frotar de rama contra rama, de pino contra pino.

Es de mañana. Quiero dar fin a esta sección pero no veo el modo de proceder. Sumo letra sobre letra, palabra sobre palabra y en cada renglón la realidad se va haciendo texto. Es texto. Y la memoria se convierte en un fluir de una letra tras otra, adelgazándose hacía un fin como la copa del pino que sigue irguiéndose hacia la altura. El renglón tiene un fin. Lo tiene el párrafo y aún más estas memorias que voy fijando en letra. Aldeas lejanas que fui pateando en mi juventud reviven en el texto que las recuerda. Pasados los años ya uno no es el mismo al querer evocarlas. Aún no había plantado ningún pino ni convertirlo en emblema de un antes y un después. Un ticket de avión, un vuelo Madrid-Nueva York, una mujer y una hija de apenas meses a la espera, en un pequeño ático. Carta que no llega, dinero que no se recibe, fuera de lugar. Aquella España que te obligó a dejar tu hogar en busca de otro mejor. Conciencia de que en otro espacio y con otros aires su cumpliría al máximo la mismidad de ti mismo. Nada volvería a ser igual: la casa que dejas, la familia que esperas, el recaudo material, el dejar de ser nada para convertirte el alguien, sin ninguneos.

Quedé asombrado ante la ciudad de Nueva York, continúa Xusto. El bullicio de los grandes automóviles, el ir y venir apresurado de las gentes, las alargadas avenidas, la variedad de razas, los ruidosos metros cuyas ruedas chirriaban antes de detenerse, caras asombradas, bosques de altos edificios, gran tienda de Macy’s, cercana a la majestuosa Biblioteca Pública, tonos de voces, acentos, lenguas, vestimentas, olores, comidas étnicas, mujeres voluptuosas de color, delgadas y finas, rubias y morenas; anuncios de Coca-Cola, brillantes limusinas, suntuosas, alargadas, Rockefeller Center, Broadway, anunciando nuevas representaciones musicales. Damas elegantes compraban sus entradas haciendo cola en las taquillas, sosteniendo sobre sus hombros elegantes echarpes de piel o abrigos de visón. No sería fácil abrirse camino, sin apenas inglés, rudos conocimientos frailunos, tufos escolásticos, asignaturas por libre, y una oposición que no tenía ninguna equivalencia académica.

Una agencia dedicada a contratar profesores para colegios privados, Quinta Avenida, piso cuarenta y dos, abría cierta esperanza. La regentaba una mujer escuálida, ya entrada en años, de secos modales, desconfiada. Dos pequeños despachos, un par de teléfonos, dos máquinas de escribir y escasos papeles. Me inscribí, y dejé copias de mis escasos títulos. Era como si llegara de un país arcaico, lejano y misterioso (Spain), perdido en las neblinas grises del dictador, bajo, mofletudo, voz gangosa, con quien insistía en identificarme: Oh, yes, yes!, you are coming from Franco´s Spain” (“¡Oh, sí, sí! Usted viene de la España de Franco). La frase dolía. Era como si toda Spain le perteneciera. Quedé inscrito (Teacher´s Agency) a la espera de que algún director de un colegio, conocidos como Preparatory School, llamase a la agencia anunciando una vacante en la sección de lenguas. Tenían preferencias por un nativo (native), decía la señora.

Parada de Sil

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