Opinión

El miedo al miedo: la Peste Negra

Desde Florencia, apenas media hora hasta llegar al alto de Fiesole. La vista es espectacular. Al fondo, como durmiendo, aun silenciada, la ciudad del Arno, dividiéndola el mítico río en dos mitades. Sus altos campanarios y cúpulas son fáciles de identificar. Y el espectador, desde el alto de la mágica colina, se imagina el alborozado caminar de sus gentes. Allá abajo, en el llano, Florencia envuelta en un acallado murmullo. La ciudad insigne vista desde un alto, en este caso desde la otra ciudad rival, no menos insigne (Fiesole), asocia una lejana historia de desencuentros y rivalidades, Ya Dante en la Divina Comedia aludía a la rivalidad al referirse a “las bestias fiesolanas” (le bestie fiesolane, Inferno XV, v. 73). Robert Browning en su poema “Andrea Del Sarto” la describe como sober pleasant Fiesole.

La vista fácilmente distingue, desde el alto de la colina, allá abajo, en la llanura, la célebre cúpula de Il Duomo de Brunellesci; tejados conventuales, célebres iglesias, albores del Renacimiento europeo: Arte y cultura, comercio y altas financias, religiosidad y culto a los sentidos (el desnudo “David” de Miguel Ángel), erotismo y amor idealizado (“La Primavera” de Botticelli). Tal, por ejemplo, Il Ninfale fiosolano de Boccaccio. Y no menos, su obra maestro, el Decameron, escrito a raíz de la gran Peste Negra que asoló la ciudad de Florencia a mediados del siglo XIV.

Fiesole ha sido la gran escapada del bullicio urbano. Su aire fresco, recogidos olivares, naturaleza arcádica, elegantes y suntuosas villas, vistas espectaculares, han servido de alivio, descanso y refugio a muchos de sus moradores alejados del “mundanal ruido”, escribe el monje de Salamanca, fray Luis de León, en su “Égloga a la vida retirada”: desde Giovanni Boccaccio y Marcel Proust a Gertrude Stein y al rey Pablo de Grecia. Los Medicis eligieron Fiesole como lugar favorito para alejarse del bullicio de la ciudad. Su villa a modo de gran palacio, es monumental. No lejos, San Domenico, la casa noviciado que acogió a Fra Angelico, el fraile pintor a lo divino. 

A Fiesole subió el florentino Giovanni Boccaccio para dar voz a unos de los clásicos relatos sobre la Peste Negra que en 1348 asoló la ciudad de Florencia. Le acompañaban siete muchachas y tres jóvenes pertenecientes a la alta sociedad florentina. Se encontraron por casualdad en la iglesia de Santa Maria Novella. Juntos deciden huir de la peste. Desde el atardecer de un miércoles hasta un martes de la semana siguiente contaron historias de distinto pelaje; satíricas, con especial énfasis en la conducta de los clérigos, eróticas, amorosas, pícaras. Celebran la pujante clase mercantil de la ciudad del Arno. 

Las excitantes sugerencias sexuales, a la par con vulgares giros coloquiales, escandalizaron a sus lectores. La caprichosa rueda de la diosa Fortuna movía sin piedad el destino de los humanos, presente también el concepto cristiano de la existencia y el trasfondo moral y ético de quien narra y de lo que narra. Cundía el pavor y el pánico; miedo al miedo. Florencia vio como de sus 92.000 habitantes quedaron poco más de 37.000. Gritos de muerte, miseria y dolor. Aterraba el peligro a la contaminación. Lo describe Boccaccio en el Decameron: “el hermano abandonaba al otro y el tío al sobrino y la hermana al hermano, y muchas veces la mujer a su marido, y lo que mayor cosa es y casi increíble, los padres y las madres evitaban visitar y atender a los hijos como si no fuesen suyos”. 

Surgió un nuevo modo de contemplar la muerte y el tránsito hacia el más allá. La Peste Negra cambió el rumbo de la historia. Y el Decameron, el arte de describirla: a medio camino entre ficción, historia y fábula. Su título deriva del griego, déka (diez) y hemera (día). Es decir, un conjunto de cien historias contadas durante el transcurso de diez días, por siete atractivas jóvenes y tres mozuelos, asociados con destacados símbolos. Las siete mujeres asocian las virtudes cardinales y las teologales. Los hombres, la creencia de los filósofos griegos: que el alma humana se compone de tres partes: razón, espíritu y apetito. 

A cuento la frase de T. S. Eliot: “Si uno puede realmente penetrar en la vida de otra época, está penetrando en la propia vida”.También en el aquí y en el ahora. 
(Parada de Sil)

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