Opinión

De molinos, molineras y moliendas

La escritura etnográfica con frecuencia se mueve, de acuerdo con Michel de Certeau, del centro a la periferia. El centro es el espacio en el que los caracteres buscan y obtienen sus bienes; la periferia es el de lo prohibido, de la transgresión, del margen. Uno de ellos es el lugar donde se sitúa el molino de agua, un clásico símbolo rural. Asocia al tan denostado personaje del molinero y de la molinera. La importancia económica del molino en las zonas rurales de la Ribeira Sacra fue vital en el siglo pasado. En este sentido es fácil trazar una sinuosa ruta de molinos por sus laderas, entre los altos de Cristosende y A Lama, ya en el Concello de Parada de Sil, situados al lado de un regato, en el margen de una aldea. La mayoría en ruinas; aún en la memoria de las gentes, convertidos apenas en un montón de zarzas y peñascos.

Un par de ellos, cercanos uno del otro, al lado del regato que, en las largas invernadas, baja cantarín por las laderas de Espiñas y Os Fiós, y termina calmado al lado de Rabacallos. Cercano a esta pintoresca aldea apenas la techumbre de otro viejo molino. Los senderistas pueden ahora visitar dos molinos restaurados situados en Tramborrios, uno para el centeno, el otro para el maíz. Ladera abajo, ladera arriba, por retorcidos senderos, llegaban las caballerías cargadas de granos para volver, ya hecha la molienda, a sus aldeas. Marcaban el ritmo de una economía de subsistencia, frugal, mínima: hogazas de pan centeno que cada quince días se horneaban, acompañando al caldo de mediodía, alrededor del fuego de una sombría lareira. Relatos aun presentes en la memoria de las viejas generaciones, objeto de una vasta antropología cultural aún sin escribir, y apenas documentada ligeramente en notas a pie de página.

Y lo es el relato sobre el recóndito espacio del molino, las buenas artes del molinero y de la molinera, y la asociación picaresca del moler, del polvo de la harina, de su blancura, y de la procaz invitación de una agua que canta bajo las piedras, y hace mover con su ímpetu el eje del molino y a la vez la dura rueda que tritura y muele. Nada nuevo. El folklore pan-europeo fijó en múltiples referencias el devaneo sexual y erótico de molineras y molineros, ya asentado en ese clásico relato de El lazarillo de Tormes. Al igual que el molino, lugar que incitaba al devaneo sexual, lo mismo el tundir de la masa, el introducirla en el horno y, ya cocida, nueva fuente de vida.

La mala fama de tales espacios la fijan varios refraneros: “ni horno ni molino tenga por vecino”, y su variante, “ni mulo, ni molino, ni señor por vecino”. Se incide en la figura del molinero ladrón, tal como era el padre del Lazarillo. Cervantes al evocar a una de las rameras con las cuales topa don Quijote en la venta en que ha de armarse caballero, dice socarronamente, “Era hija de un honrado molinero de Antequera” (Don Quijote, I, 3). El molino es en el folclore del Siglo de Oro, y en destacadas obras literarias, el lugar de amoríos furtivos. Y muchos de sus componentes están asociados con el simbolismo sexual –movimiento giratorio, agua, polvo, harina (su blancura y proyección, generadora de vida), maquila, paleta, pan– y con un grupo de metáforas eróticas: cerner (mover), harina (semen), enharinar (incitar). Así el explícito refrán: “las dos hermanas que al molino van, como son bonitas, luego las molerán” que documenta Gonzalo Correas en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales. Y más irreverente, “El abad y su vecino, el cura y el sacristán, todos muelen en un molino” (Canciones de Juan de Molina).

En contraposición, el molino a lo divino, con su variante, el molino de los pecados, el molino místico, y el molino de la locura, asociada ésta con el molino de viento. Se lo recuerda Sancho a don Quijote después de la aventura de los molinos de viento: “–No eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar, sino quien llevase otros tales en la cabeza”. El molino místico asocia la pasión de Jesús y exalta la Eucaristía, en una entrañable alegoría presente en la Farsa del colmenero de Diego Sánchez de Badajoz: “¡O qué paciencia divina! Molido, hecho harina heñido, / en horno de arroz cocido / con fuego de sus dolores / ¡oh, dichosos labradores, / que tal pan habéis comido! Un complejo espacio, el molino, y todo un sistema que establece un variado cruce de referencias contrapuestas: tanto a lo humano como a lo divino.

Te puede interesar