Opinión

¿Por qué no llegan?

Hacía años que no había leído a Constantino Cavafis. Hacía años. Tal vez desde mis años en la Universidad de Columbia, Nueva York. De aquéllas caminaba de la mano de Fernando Pessoa (sus heterónimos, sus máscaras), al igual que de Antonio Machado (con su Abel Martín y Juan de Mairena: sus Otros), y hasta del lejano Max Aub, ese hombre bueno (como Machado), ya entrado en edad, cruzada su cara de múltiples arrugas, símbolos de una España cainita que lo transterró. Y que volvió para ver si se quedaba. Y nunca regresó. Caminaba por el aire, dando vueltas a mi segundo libro (La dialéctica de la identidad en la poesía contemporánea. La persona. La máscara), que salió en la Editorial Gredos (1982). Pronto se agotó. Fue bien acogido y comentado por José Ángel Valente, en su Almería de dulces brisas.

Él también leía a Cavafis. Me lo aconsejó mi colega Philip Silver. Su libro sobre Luis Cernuda (El poeta en su leyenda), fruto de su tesis doctoral defendida en Princeton, lo había encumbrado a la fama entre los jóvenes de su generación. En una de sus conferencias, un tanto ajena la audiencia al estudio de la poesía española, y citando el famoso poema de Cavafis, «Esperando a los bárbaros», Philip observó sentirse como un bárbaro en un lugar y ante una audiencia que no le correspondía. El Diccionario de Autoridades es incisivo sobre el término «bárbaro». Acumula una abigarrada serie de epítetos: ‘inculto, grosero, lleno de ignorancia y rudeza, tosco y salvaje; fiero y cruel; temerario y violento’. También, ‘gente bárbara, mal disciplinada, que lo destruye todo’. La etnología y la antropología, un tanto eurocéntrica, asoció bárbaro y barbarie con un estado de evolución cultural, a medio camino entre salvajismo y civilización. En mente, el famoso ensayo del prócer argentino Domingo Faustino Sarmiento, Civilización y Barbarie, una de las cumbres de la literatura latinoamericana. Deletreó con gran inteligencia la dinámica política, social y cultural entre campo y ciudad, cultura y barbarie. Esto para otro día.

A pelo el gran poema de Cavafis, «Esperando a los bárbaros» (Waiting for the Barbarians), una magistral descripción alegórica del Estado-Nación que, en un momento de crisis espera la llegada de los nuevos legisladores. Los ciudadanos y los previos políticos también esperan. Y esperan. Ya es de noche, pero the barbarians no han llegado. El cierre del poema (the closing) es contundente: «¿Y que va a ser de nosotros ahora sin bárbaros? / Esta gente, al fin y al cabo, era una solución». La solución se ha tornado en un problema sin resolver: la tardanza en llegar los nuevos legisladores.

La lectura del poema de Cavafis, poeta griego, nacido en Alejandría, ofrece múltiples lecturas. Una de ellas, la política: otra, la literaria y la histórica. El poema se estructura a base de conjunciones interrogativas («¿qué?», «¿por qué?»), causales (porque) y dilogías entre un preguntar, un afirmar y un negar: «¿Qué esperamos congregados en el foro? / Es a los bárbaros que hoy llegan». A la pregunta de un reincidente «por qué» se responde con un «porque» aseverativo, rotundo, preciso. 
Aliteración, juego de alternancias, acciones paralelas, simultaneas o en contrapunto, redundancia, repetición y, sobre todo, carga emotiva donde la expectación ante una llegada concluye en irónica ausencia. Y del mismo modo en frustración política y social. La ironía es clave y, sobre todo, la formidable lectura política que subyace en el extenso enunciado.

Frases nemotécnicas, crípticas: «-¿ Por qué no acuden como siempre, los ilustres oradores /  a echar sus discursos  y decir cosas? / Porque hoy llegarán los bárbaros y / les fastidian la elocuencia y los discursos». La esperada llegada de los barbarians, que de forma climática, in crescendo, se augura como nueva epifanía del bien común, queda silenciada: «¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían / y todos vuelven a casa compungidos? Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron».

La alegoría ayuda a explicar las dos tradiciones del término. Adquiere el significado de ‘decir otras cosas’, o ‘decir algo diferente de aquello que significa’. Al dar énfasis sobre la técnica de su composición, se convierten en un procedimiento no solo gramatical y retórico sino, en este caso, político.

El sentido de un lenguaje secreto, críptico, cobra una importancia especial en la alegoría política. Articula veladamente propuestas que difícilmente capta la asamblea pública. 
La última lectura del poema de Cavafis la fijó el novelista surafricano J. M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura, en su novela Esperando a los bárbaros: excelente parábola de las trampas políticas de la Historia.

(Parada de Sil)

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