Opinión

La noche mendiga mi sangre: fenomenología del suicidio

Aquel tiro de gracia atravesó las sienes de Mariano José Larra. Era el 13 de febrero de 1837. Resonó en todo el piso situado en la madrileña calle de Santa Clara. Había mantenido una acalorada discusión con su pareja Dolores de Armijo. Lunes de carnaval; el reloj marcaba las siete de la tarde. Su muerte causó consternación. Confirmó el gran mito romántico: la muerte inesperada, violenta, de un joven escritor. Lo inició Thomas Chatterton, envenenándose con arsénico. Recogen la noticia tres grandes poetas románticos: Keats, Coleridge y Shelley. Y consagra su figura el pintor Henry Walls, mostrando su joven cuerpo yaciente sobre una alargada mesa.

En la novela, destaca el suicidio el gran personaje de Werther de Goethe, en su famoso relato epistolar, Las cartas del joven Werther (Die Leiden des jungen Werther). ¿De qué huía Ángel Ganivet, uno de los miembros preclaros de la Generación del 98? Se arrojó al Duina desde un barco a vapor y, después de ser rescatado con gran esfuerzo por los pasajeros, en un descuido se arrojó de nuevo sobre la corriente helada. ¿Y cómo se explica el primer intento fallido de suicidio con éxito la segunda vez? Tal fue el caso del poeta portugués Antero de Quental (Sonetos completos) que tuvo que dispararse dos veces consecutivas hasta caer muerto. Fue uno de los fundadores del Partido Socialista Portugués, al igual que del período A República. 

Fue también celebrado el suicidio del poeta italiano Cesare Pavese. Procedía de una pequeña aldea situada en el Piamonte, entre bosques, colinas y viñedos. La pérdida de su padre al cumplir los seis años le causó un gran trauma. Doctor por la universidad de Turín, especialista en los grandes novelistas ingleses y norteamericanos, y sobre todo en Walt Whitman, sobre quien escribe su tesis doctoral, destaca su crítica literaria y sus excelentes traducciones del inglés: Sherwood Anderson, Gertrude Stein, John Steinbeck, Ernest Hemingway. Cuatro mujeres, cuatros descalabros sentimentales, y al final dieciséis envases de somníferos con los que Pavese acaba su vida. Uno de sus versos: «vendrá la muerte y tendrá tus ojos». 

Es posible establecer una larga anatomía de suicidios, del alcoholismo incontenible (Fernando Pessoa), de la demencia, e incluso de la histeria degradada, extrema. La esquizofrénica aturdió a un número de escritores al borde de la locura. Se conocen por la generación de los poetas malditos. En mente la gran figura de Friedrich Nietzsche ¿De quienes huyen? Fracasos imaginados, tal vez una exacerbada sensibilidad. espacios anímicos borrascosos, sensibilidad a flor de piel que limita el ánimo de supervivencia, hastío moral, trágica huida de uno mismo. 

También las mujeres poetas se suicidan. Cubren la geografía literaria de épocas variadas: desde la Antigüedad clásica (Safo) a los últimos años del pasado siglo. Establecen una serie de dilemas sin dilucidar. Uno de ellos, la posible relación entre creación artística y enfermedad psíquica: depresión, angustia, desazón moral, desasosiego existencial. Van más allá de la idea fija, de no poder superar obsesivas carencias, o de vivir sujetos a un cuerpo en esa angustiosa obsesión de ir más allá del cuerpo; de romper o instaurar o lograr las nuevas fronteras de un lenguaje apenas articulado. En el límite de la dicción. 

Sylvia Plath la sentí más cercana. Vida compartida con el poeta inglés Ted Hughes, violento, casi demoníaco. A los ocho años pierde a su padre, profesor de biología en la universidad de Boston: «caballo de carrera en un mundo sin pistas». Se licencia con una tesis sobre el doble en la obra de Fedor Dostoyevsky. Una mañana se encierra en la cocina, abre la llave del gas y mete la cabeza en el horno. Uno de sus versos: «la llave pienso devolver / que permitió mi entrada / en el estudio de barbazul». 

No menos misteriosa la muerte de la argentina Alejandra Pizarnik. La había precedido años antes otra distinguida argentina, Alfonsina Storni (1892-1938). El 23 de octubre viajó a Mar del Plata y hacia la una de la madrugada de un martes, abandonó su habitación y se suicidó arrojándose de la escollera del Club Argentino de Mujeres. Hay versiones románticas que dicen que se internó lentamente en el mar. ‘Esa mañana dos obreros descubrieron el cadáver en la playa. A la tarde, los diarios titulaban sus ediciones con la noticia: «Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poetisa de América». Se despidió escribiendo a su hijo «suéñame que me hace falta». Y un verso célebre: «Afuera hay sol. / Yo me visto de cenizas». Y un breve poema titulado «Nada»: «El viento muere en mi herida. / La noche mendiga mi sangre». 
(Parada de Sil)

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