Opinión

La novela por escribir

Para Arturo Fernández
 que también sabe latín

Importa captar al lector con un título sugerente, enigmático. Su personaje, a la vez narrador, es itinerante, moviéndose con suma facilidad en espacios, tiempos y en variadas latitudes. Sumamente democrático, políglota cien por cien, se mueve en el aire. Su mejor camino, la tos ronca, incontenida, salvaje. Prefiere la agrupación desordenada, el bullicio múltiple, el boca a boca. Una carcajada tibia, hasta moderada, astuta. Moviéndose con cautela, en acallados pinitos, celebra el contacto plural. Y como sumido en un religioso silencio, espera que al final de la quincena el malvado personaje («bicho») inicie, ya descubierto, su fatal y progresiva andadura. De tosca mirada, bizco y rejudo, melena revuelta, hocico abultado, tétrico andar, patizambo, lleva inscrito sobre su negruzco chándal, en letras góticas, el famoso lema que consagró ha siglos Horacio en una de sus Odas (I, 4): palida mors aequo pulsa pede pauperum tabernas regunque torris.  
Los es-seminaristas de mi generación, ya lo traducían en su segundo año de latín con suma facilidad: «la pálida muerte llama con el mismo pie a las chozas de los pobres, como a los palacios de los ricos». Ya está presente como personaje en la época postromántica. Destaca en La máscara de la muerte roja (The Masque of the Red Death) de Edgar Allan Poe, que asume algunas modalidades de la narrativa gótica. Es una macabra alegoría de la muerte inevitable, aunque imparcial. Es también símbolo de una ley que se aplica a todos los hombres sin excepción y sin motivaciones morales, explican Ruggiero Romano y Alberti Tenenti en los Fundamentos del mundo moderno. 
El personaje de esta novela por escribir, y ya in progress, augura mucho papel mojado en tinta impresa. Es un personaje inteligente, esquivo, de múltiples identidades. Mutable. Aparece y desaparece y anuncia una posible reencarnación con otras caras y formas de actuar. Es de fácil metamorfosis; diabólico, tétrico. Esáa presente como ávido protagonista en relatos económicos,  sociales, clínicos y hasta terapéuticos. Y en renombradas epidemias: desde el lejano Decameron de Giovanni Boccaccio  a La peste de Albert Camus. A medio camino, el relato del británico Daniel Defoe, sin descontar la Muerte en Venecia de Thomas Mann. Y en La amenaza de Andrómeda de Michael Crichton. Personaje alienígeno, extra-terrestre, terrorífico, Andrómeda amenaza a los moradores del planeta Tierra con una súbita muerte. 
El tema de esta novela por escribir, in progress, es extenso. Casi inabarcable. Convoca múltiples lecturas intertextuales. Conjuga historia y economía, ciencias médicas, políticas y sociológicas. Sin descontar  iconografía y artes plásticas. Nuevas formas de morir, de lamentar, de llorar, de enterrar, de comunicar, de trabajar, de saludar; de confinamiento y dura soledad. Nueva forma de ver y saludad: codo con codo, mascarilla sobre boca y nariz, cara desfigurada, voz alterada, identidad difusa. Guardando distancias. La ciudad se despuebla, y adquiere nueva relevancia la casa de campo, la aldea idílica. Augura una radical transformación demográfica. Impone el trabajo administrativo a distancia. Y la enseñanza alterna. La novela por escribir, in progress, dialogará sobre la nueva crisis que impone la rigidez ante el contacto humano.
El personaje de esta novela, in progress, ya estuvo muy presente en las lejanas danzas de la muerte medievales, manifestaciones corales de una nueva cultura laica. Presentaba una metáfora sarcástica de la imparcialidad de la muerte. El ritual agrupaba a todos los estamentos sociales: del obispo al emperador y al campesino. Exhibía el rictus amargo, insuperable, de la aniquilación física y un nuevo sentido de la vida terrenal. Se olvidaron las promesas del Reino celestial, tan presente en el Paradiso de Dante (Divina Comedia). Y promovió un gran anhelo por querer perdurar la vida terrenal. Las tumbas se engalanan para ensalzar a los muertos en el recuerdo. Por primera vez, el retrato formó parte del género iconográfico. Y la memoria se consagra como historia y como sentimiento. Dio forma a la subjetividad.
Ya los grandes hombres del Renacimiento quisieron perpetuar su grandeza en un vano deseo de supervivencia humana, de inmortalidad corporal. Se impuso una nueva cultura mercantil; también el jardín del deseo. Y el amor idealizado (los poetas provenzales le llamaron fin’amour) se estableció como tópico. El silencio como seducción, al margen del matrimonio, dio voz al deseo sexual. Se impuso una nueva cultura material y mercantil. A un paso, El jardín de las delicias de El Bosco, y el gran. Botticelli. A pesar del gran fervor por el cuerpo humano, el personaje de la novela in progress reseñará la jubilosa celebración del cuerpo del hombre. Su mejor ejemplo: el David de Miguel Ángel. 
Parada de Sil

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