Opinión

Octavio Paz o los espejos de la palabra

La poesía no es la verdad: es la resurrección de las presencias”, afirma el gran poeta mexicano Octavio Paz cuyo centenario de su nacimiento se celebra este año con una gran algarabía de exposiciones, conferencias, mesas redondas, lecturas, y nuevas ediciones de sus obras más representativas. Todo un gran acontecimiento cultural, tanto en su país de origen como en medios académicos e instituciones culturales fuera de México. Porque Paz es uno de los grandes escritores a quien el término “universalidad” lo define justamente. Asocia dicha definición, vaga e imprecisa, su lírica, su poética y la multiplicidad de textos que ambas convocan. Un sistema que tuvo su origen en Mallarmé, en aquel venturoso poema Un coup de dés; que se entroncó más tarde con el Surrealismo y con la poesía concreta; que se asoció con su fervor en torno a la antropología (Claude Lévi-Strauss), estructuralismo (Roland Barthes) y semiótica (Charles Sanders Peirce, Roman Jakobson). Hay un Octavio Paz cuya labor crítica asocia textos divergentes: de Sor Juana Inés de la Cruz a Sade, de Fernando Pessoa a Georges Bataille, de la filosofía tántrica y sufí a los mitos aztecas.

A caballo de tres mundos (América, Europa, Asia), teniendo a París como gran eje del triángulo, Octavio Paz fue un insaciable devorador de doctrinas y textos. Su gran impacto en las letras hispánicas se funda en su concepción lingüística de la realidad. Un lenguaje que es dispersión y unidad a la vez; que nos afirma y contradice en cada enunciación. La escritura se torna así en una metafísica humana; su trazado, en un acto circular e histórico en el cual al corsi le sucede el recorsi (Vico); a la era de los dioses y de los héroes la de los hombres. El espacio opaco concurre con el lumínico; la máscara, la negación, el vacío, con la transparencia. Una poética, la de Octavio Paz, en lucha con los opuestos, herencia del Surrealismo, busca la primera enunciación: el logos como espíritu y el verbum como encarnación. Implica un nuevo sistema de enunciación poética, de analogías a través de la escritura automática, experimental, rompiendo con los códigos precedentes: puntuación, verso libre, formas asimétricas, espacios en blanco, nuevo orden lírico.

El lenguaje es el único medio que nos hace reales. Es paradójicamente vida, forma en movimiento y conocimiento poético; fusión de opuestos. Así el uso frecuente del oximoron, y la dispersión de sentidos, dadas las posibles correspondencias analógicas. Una poética que anuncia el radical aislamiento –la soledad uno de sus temas básicos– entre el hombre y la naturaleza que nombra, entre el “otro” y el “consigo mismo”, excluido, al margen. De acuerdo con Joseph Hillis Miller la historia de la literatura contemporánea es la ruptura de esta comunión. La desaparición de la antigua cultura (la azteca), la transformación del lenguaje, la alteración de valores morales o sociales, las divisiones políticas e ideológicas, imponen un claro sentido de negatividad. Y la realidad es tan solo una perspectiva que se interpreta y se lee como poema. El ser humano se halla así aprisionado en el mundo del instante y de la presencia. La alteridad de perspectivas y el juego experimental de nuevas formas infieren en su movilidad. Una realidad en discordia entre el yo que la concibe y que finalmente la nombra. El emblemático poema “Blanco” se dobla y desdobla, y como el mismo acto de leerlo, y de ir doblando sus páginas, adquiere a su vez significación.

La palabra es tiempo. En ella se acondiciona la posible libertad del hombre presente en la colección de Octavio Paz titulada Libertad bajo palabra. Es a la vez un tejido, una máscara, que oculta el sentido más secreto: lo que nunca se llega a decir, el significado ausente. La tradición moderna es la tradición de la ruptura, una tradición que se niega a sí misma y así se perpetúa. Ser moderno es para Paz criticar y negar. Sin crítica, del pasado, del lenguaje, de la tradición, de las instituciones, de la Iglesia y hasta de uno mismo no hay modernidad. Significa progreso pero su mismo carácter negativo nos deja aislados, en “el laberinto de la soledad”. Gran ensayista y crítico, capaz de transformar la realidad en poderosa belleza, mueve a Paz un poderoso vigor egocéntrico, tan presente en un buen número de grandes escritores: de José Ortega y Gaasset y Miguel de Unamuno a Pablo Neruda, Molcolm Cowley y Norman Mailer.

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