Opinión

Radiografía de una pandemia

Nos cambia la historia. Y con ella los grandes acontecimientos y los avances tecnológicos. Y también la vida. Los grandes cataclismos acarrean nuevas formas de vivir, de percibir la realidad, de relacionarse socialmente, de vivir y hasta de morir. Son numerosos los relatos, históricos, sociológicos, culturales, económicos y no menos periodísticos, que han descrito los grandes desastres de la humanidad: pestes, epidemias, contagios, tsunamis, desde los albores de la cultura de Occidente. Ya el historiador griego Tucidides describió la fiebre tifoidea (salmonella) que asoló Atenas desde 430 hasta 426 a. C. Y en la Roma de los Césares, la viruela marcaba estragos y lamentos con inusitada frecuencia. En mente, la conocida como “Peste Antonina”, y también como “Plaga de Galeno”, por ser este famoso médico quien la describe con detalle. El nombre de la peste (viruela, sarampión, salmonella) se asoció con el emperador romano Marco Aurelio, conocido también como “Antonio”. Los doctos en la historia del Imperio Romano asumen que causó en Roma unos dos mil muertos al día. Diezmó al poderoso ejército romano. Y adelantó la caída del imperio

De próxima publicación la novela del turco Orhan Pamuk, premio Nobel de literatura (2006), cuyo título, Nights of Plague (Noches de plaga) es ilustrativo. El profesor e historiador de la universidad de Yale, Frank M. Snowden, en su reciente monografía, Epidemics and Society. From the Black Death to the Present (Epidemias y sociedad. De la peste negra al presente), expone con minucia los numerosos casos. Destaca la doble derrota de Napoleón contra los microorganismos. Y la independencia de Haití, que se emancipó de Francia en 1804. Tropas francesas llegaron para reprimir la revuelta de los esclavos en su afán de independencia. Cayeron derrotados por una terrible epidemia. Una peste dio al traste con el imperialismo francés en América. Quedó rubricado con la venta del estado de Louisiana a Estados Unidos. El enfoque del profesor Snowden es interdisciplinario y comparativo: historia social y médica de las grandes epidemias; de la evolución de terapias y de temas asociados con la pobreza, el medio ambiente y la histeria. Y sobre la disponibilidad y falta de atención del mundo ante la nueva generación de potenciales pandemias. 

Se puede fácilmente identificar una gramática de motivos que genera el anuncio de una peste: reacción, formas de controlarla, enfrentamientos ideológicos y políticos, acusaciones y consecuencias morales Y hasta religiosas. Un caso. Se detecta la peste, se extiende por toda una ciudad, pero su gobernador hace caso omiso. Ignora la evidencia. Restricciones mínimas, aptitud laxa; los ciudadanos ignoran la gravedad. La historia literaria incide en el descuido, en la incompetencia y en el desdén de los poderes políticos. Pánico entre los ciudadanos, a modo de un aciago destino que impone injustamente la muerte indiscriminada (niños, adultos, ancianos), sin conocer sexos, ideologías, estado social, raza y religión. Y el malestar también se ceba con los poderes de la Iglesia incapaz de poner coto a tanto dolor. 

Lo acaecido se enmascara con frecuencia con la noticia falsa, con el bulo, con la informaciones erradas sobre el origen de la pandemia, sobre el quién, el cómo, el cuándo (primer síntoma), el dónde y aún más, el culpable. La fantasía popular y hasta política (Donald Trump) fácilmente identifica el origen: China, un laboratorio, o el consumo de animales salvajes (el pangolín) que trasmite el fatídico virus a través de la mordedura de un macabro murciélago. Marco Aurelio, al borde de la caída del Imperio Romano, acusó a los cristianos de una plaga de viruela. En el Renacimiento, los causantes, los judíos. Se les acusaba de envenenar los pozos. “Durante siglos”, observa Pamuk (Babelia, 2 de mayo de 2020) , prevaleció la idea de que los causantes de enfermedades contagiosas eran los musulmanes. Asia, su origen. Y los gobiernos ya compiten adelantando noticias sobre la inmediata vacuna, instrumento de poder político, de influencia ideológica y de control económico. 

El miedo al contagio y al morir aísla, crea distancias sociales, limita nuestra conciencia de pertinencia pero a la vez, como comunidad de sufrimiento, nos une en un trance de angustia plural. Nos hace vulnerables, más humanos. Se instaura la política de la supervivencia, a veces acompañada por la agitación social. Y nos mueve a considerar el sentido profunda de la breve existencia. A ser solidarios ante el miedo a la muerte y a la trágica manera de morir. Un sin vivir el trance inmediato de quien se sitúa en la inquietante sombra del más allá. Cambia la forma de sentir un velatorio, la liturgia funeraria, el sepelio y el aullido de la ausencia post mortem. Y se altera la iconografía de su representación. “Y una mujer en negro manto envuelta/ (ed una dona involta in veste negra), con tal furor que yo no sé si nunca/ en Flegra mostrarían los gigantes”, la describe Francesco Petrarca en El triunfo de la muerte. Veste negra como metáfora de la Peste Negra. La recuerda un famoso lema, a veces epitafio: Sic Transit Gloria Mundi. 

(Parada de Sil)

Te puede interesar