Opinión

Una ruta sin ruta: La 66 (USA)

Para Amador Rego Villar Amor,
sabedor de historias y rutas.

Hay rutas múltiples, variadas, diversas. Rutas físicas, mentales y hasta metafóricas. La ruta que lleva a todas partes y la que termina, ya cerrada, en nada El camino de la vida es la ruta obligada, y se puede alargar en el tiempo, terminar a medio camino o incluso al poco de su inicio. Abundan las rutas literarias. Algunas han dejando señalados mojones en la cultura de Occidente. La de Odiseo, de vuelta a Ítaca, en busca de su fiel Penélope que durante años lo estuvo esperando, acorralada por incitantes pretendientes. Fue Teresias, un ciego adivino, quien señaló a Odiseo la ruta que debía tomar en su largo camino de vuelta a casa: isla de las Sirenas, estrecho entre Escila y Caribdis, estancia en la isla de Calipso donde permaneció varios años al lado de esta ninfa. 

Dante, en su memorable Divina Comedia, y de la mano de Virgilio y más tarde de Beatrice, establece una de las rutas más profundas, y no menos alegórica, de la cultura de Occidente. Es el gran tríptico hacia la salvación: del Infierno al Purgatorio y finalmente al Paraíso. Y no menos memorable la ruta que toma don Quijote, desde La Mancha profunda a la letrada ciudad de Barcelona, en el vilo entre realidad social e imaginadas lecturas. Y a medio camino entre el hombre cuerdo, el visionario, el pragmático, el loco y el bueno. 

Más cercano a nuestro tiempo, Julio Verne fue una lectura frecuente de sus fabulosos viajes: rutas a medio camino entre la intuición científica y sorprendentes peripecias por tierra, mar y aire: Veinte mil leguas de viaje submarino, sin olvidar la alocada ruta circular que termina donde empieza: La vuelta al mundo en ochenta días (1873).. Combina en jovial mixtura, heroísmo y comicidad. Tiempo (ochenta días) y espacio (el mundo) fijan un feliz cronotopos, escribiría Julio Cortázar  La llegada a la meta en el tiempo acordado está en juego el ganar o perder una fabulosa fortuna. Una ruta contra reloj. 

La historia es también un gran abanico de múltiples rutas. O sea, de relatos.  El pasado Inca, en la voz de Pablo Neruda, dio voz a uno de sus poemas más célebres incluido en Canto general: la subida y la llegada a los restos de una ciudad (Macchu Picchu), y el hallazgo de una ruta (el pasado de un pueblo), que escribió su arqueología en grandes bloques de piedras milenarias: «Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo? / Aire en el aire, el hombre, dónde estuvo? / Tiempo en el tiempo, el hombre, dónde estuvo?»  Ya tan solo queda «una vida de piedra después de tantas vidas». La «ciudad perdida de los Incas», que Hiram Bingham, profesor de historia de la Universidad de Yale, siguiendo una ruta perdida entre selvas y nubes, y atravesando una alta cordillera sobre el atronador rio Urubamba, dio de bruces sobre una gran ciudadela. Quedó asombrado: terrazas esculpidas con gigantes piedras, tumbas, edificios de granito, paredes pulidas, ocultas bajo una variada vegetación. Han pasado más de cien años (1913). La ruta del catedrático de Yale dio pie al gran poema de Pablo Neruda. Y a una ruta que combinó el rehacer de la historia, el mito antropológico y el recobro de una identidad silenciada. «Sube a nacer conmigo, hermano», clama el poeta chileno.  

Rutas que un gran relato ha mitificado; otras que fuero tales. Así la ruta Route 66, que los moteros aireando sus  coletas, unas lisas, otras rizadas, sueñan recorrer. Atravesar en forma diagonal los Estados Unidos, e ir viendo y fijando los iconos más populares de la cultura yanqui: anuncios luminosos, moteles envejecidos, oxidadas paradas de camiones, cafés destartalados, y anuncios de grandes atracciones turísticas: serpientes de cascabel, ballenas azules, bandas de jazz, microcosmo de un pasado decadente, que se iza desde su ruina como una ruta sin apenas memoria. John Steinbeck la definió en Grapes of Wrath (Las uvas de la ira) como The Mother Road: The Main Street of America donde aún se exhiben los retazos de un cercano pasado sin apenas historia. 

Es la quintaesencia de un pueblo (Ruta 66) que durante su gran depresión económica, dejó el oxidado Este industrial (rusty East) y viajó desde Chicago a Los Ángeles, en busca de las arenas doradas (the golden sands) al otro lado del gran desierto: California. Se hermanaba con otra gran ruta más digna de recorrer: el Camino Real, que un mallorquín, fray Junípero Serra, fue marcando sus pasos con monumentales Misiones: Santa Mónica, San Diego, Santa Inés, San Bernardino. No menos digna de recorrer. 
(Parada de Sil)

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