Opinión

Subiendo de tono: del libro y de literatura

Literatura es littera, es letra y es leer. El libro es un artefacto cultural e impone una diferencia de lectores y de espacios críticos: del académico al periodístico. La lectura académica responde a un principio educativo, pedagógico, racional: leer bien, escribir bien, pensar críticamente. Y la investigación abarca un amplio diseño: desde la crítica textual —ecdótica—, hasta el análisis antropológico o cultural de un texto, de una serie de textos, de un periodo, de un género. La crítica periodística es diferente a la académica. Es más estable, más rigurosa; la periodística más fluida, transitoria, actual. El libro aclamado por la crítica periodística es con frecuencia ignorado por la académica y el autor aclamado por la academia a veces no lo es por la periodística. En la esfera cultural el libro es un producto de mercado movido por grandes intereses económicos; en la académica, es un instrumento que muestra pautas ideológicas, formas de vida, maneras de pensar, de ser. Identidades. Responde a la mecánica del espacio socio-político e histórico en que se ubica. 

Otra consideración a tener en cuenta hoy en día es no solo cómo se lee sino también el artefacto usado como soporte de lectura: del libro impreso al electrónico. Ambos marcan una radical diferencia. El libro impreso, en papel, puede ser tocado, hojeado, manoseado, doblado, marcado, anotado en sus márgenes, página a página; el leído en forma digital, cuyo soporte es una tableta electrónica, puede contener en su interior, en el mismo plano, iluminado, un número extenso de otros libros, a modo de una mini-biblioteca ambulante. Tales formatos o soportes de lectura implican un cambio radical en las formas de leer y en las maneras de leer. 

El paso de la lectura recitada, gesticulada, oída en voz alta, un solo libro y muchos oidores, a la lectura personal, silenciada, un libro para cada lector, alteró y abrió el mundo y la imaginación a las mentalidad renacentista y moderna. El paso del oído al ojo, es decir, del oír lo leído al leerlo personalmente, implicó un gran salto en la percepción imaginaria y subjetiva del lector. Se calificó tal salto de Galaxia Gutemberg: el nacimiento y el poderío que estableció la invención de la imprenta y la fácil difusión de la lectura y del libro Nació con ella la biblioteca individual y el coleccionista de manuscritos, de incunables y de libros impresos. ¿Y cómo leía don Quijote? ¿En voz alta? ¿Recitaba lo leído? El texto oral (tono, mímica, acentos, pausas, silencios, espacios imaginarios) era un acto dramático de expresión mímica. Por el contrario el libro leído en privado, en silencio, meditada su lectura en el rincón de una sala (el placer de la lectura acuñada por Roland Barthes), ofrecía otras dimensiones hermenéuticas y pedagógicas. El paso de la lectura en voz alta a la lectura silenciada, individual, marcó nuevos espacios imaginativos y culturales. El texto literario se convierte así en un importante espacio de inquisición de identidades. Tal hermenéutica del texto literario es también la historia de variadas y dispersas lecturas críticas: neopositivismo, historicismo, estilística, formalismo, estructuralismo, post-estructuralismo, deconstrucción, estudios culturales, postcoloniales y todas sus posibles subdivisiones. Una nueva conciencia política y social produce nuevas lecturas entre 1980 y 1990: estudios étnicos, lesbianismo, gay studies, feminismo, etc. Al igual que el término de ideología, el de cultura se ha usado en un sentido lato y casi indefinido. Cultura o Civilización, escribió hace ya más de cien años el antropólogo Edward B. Taylor (1871), tomado en un sentido etnográfico muy amplio, incluía todo clase de conocimientos, de creencias, de arte, costumbres y hábitos que el hombre ha adquirido como miembro de una sociedad. Forman parte del texto literario. De hecho, la literatura de Occidente ha sido el espacio cultural que, a través de largos periodos, ha promulgado la importancia de los límites culturales a partir de la alabanza y de la vergüenza. 

Por un lado el panegírico, por otro, la sátira. Y ambos géneros o sus autores, que con frecuencia han ocupado una breve nota en las ediciones críticas, y que en su tiempo complacieron o apenaron a quienes leían, ayudan a determinar los límites de una cultura. Abarca la literaria y la pictórica, las arquitectónica y la musical, entre otras.

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