Opinión

El sueño erótico de Don Nelson

Era un hombre grandullón; ancho de espaldas, alto, fornido, con gestos aristocráticos, solemnes. Su nombre completo: Nelson Aldrich Rockefeller, conocido por el sobrenombre, entre sus allegados, de “Rocky”. Era el hijo del afamado John D. Rockefeller, el visionario del gran proyecto arquitectónico (The Rockefeller Center), situado en el centro de la ciudad de Nueva York. Y la cabeza de una afamada fortuna. Figuran sus múltiples donaciones en centros académicos, religiosos y culturales de prestigio, en fundaciones sin ánimo de lucro, y en numerosos proyectos sociales. El hijo, Nelson, se destacó como hábil político. Fue elegido gobernador del Estado de Nueva York en cuatro legislaturas, y nombrado Vicepresidente bajo el breve mandato de Gerald Ford. Ávido coleccionista de arte y gran patrocinador, una de las alas del Metropolitan Museum lleva su nombre. Fue el gran impulsor en la creación del sistema universitario del estado de Nueva York, con centros académicos de prestigio en Buffalo, Albany (la capital), Stony Brook, Binghamton, entre otros. Le venía de sangre. Su abuelo paterno fundó la compañía Standard Oil, pasando a ser una de las familias más ricas de Estados Unidos. Y su abuelo por parte de madre se destacó como un importante e influyente senador por el estado de Rhode Island, situado al sur de la ciudad de Boston. El joven Nelson pronto se destacó, ya de joven, como el cabecilla de la familia, siendo el favorito de su madre.

Se curtió sirviendo en el banco de la familia, el Chase National Bank, en oficinas en Londres y París, y en los años de la Gran Depresión, en la construcción del Rockefeller Center, proyecto abanderado por su padre. Fue el artífice en la demolición del gran mural del mejicano Diego Rivera, presente en la entrada de uno de los edificios del Center. Lenin, situado en un cruce de caminos (Man at the Crossroads, así el título), representaba, a modo de alegoría, el gran conflicto histórico que enfrentaba dos sistemas políticos en rival contradicción: la ideología capitalista frente a la socialista, en obvia alusión al creciente auge del Partido Comunista. Su madre, Abby, criticó públicamente la decisión como un radical acto de censura. Ponía en tela de juicio el legado de la familia como patrocinadores del arte y de la cultura, y del respeto a las ideologías divergentes.

Líos de faldas arruinaron la carrera política de Nelson. En 1960 perdió la nominación a la candidatura de la presidencia del país por el partido republicano a manos del más conservador Richard Nixon. Y de nuevo en 1964 y en 1968. El divorcio de su primera mujer, con la que tuvo cinco hijos, y su matrimonio con la jovencita Margaretta (con ella tuvo dos), originó llamativos editoriales en las páginas de los periódicos: del New York Times, Washington Post, Daily News. Airearon el penoso litigio del primer divorcio. Nelson les hizo frente sellando su imagen pública como un progresista republicano, afanado en el desarrollo de la educación, de la vivienda, del transporte público y de las artes. Su último reconocimiento: la vicepresidencia del país durante la presidencia de Gerald Ford (974-1977), a raíz de la forzada resignación de Richard Nixon. 

La última noticia fue sensacional. Un gélido 26 de enero de1979, Nelson expiró sobre el robusto cuerpo de su querida (mistress) secretaria Megan Marshak. Ella, 27 años de edad, don Nelson setenta y uno. El acalorado orgasmo, que ya los clásicos definieron como una dulce, aunque breve, muerte, sirvió de puente para un eterno sueño erótico. Cundió la negación, pero la autopsia reveló el ataque de corazón producido en el clímax del acaloramiento sexual. Don Nelson fue generoso con su concubina: un valioso dúplex en el centro de Manhattan y cincuenta mil dólares en efectivo, de aquellas una suma considerable. Una historia íntima que forman parte, a modo de intrahistoria (diría Miguel de Unamuno), de la que, por escandalosa, se oculta. 

Los clásicos, a la cabeza Francisco de Quevedo, ya imaginaron la conjunción de vida y muerte, cielo e infierno, lo privado y lo público en el sueño erótico. Floralba es la dama en mente. Así Quevedo: “¡Ay, Floralba! Soñé que te . . . ¿Direlo? /Sí, pues que sueño fue: que te gozaba. / ¿Y quién, sino un amante que soñaba, / juntara tanto infierno a tanto cielo?”. Así, el orondo cuerpo de don Nelson sobre el de su sumisa Megan.

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