Opinión

Y nos llegó el chocolate

Llegó la patata y llegó el maíz y el tabaco y el chocolate. Y en los profundos galeones que descargaban a orillas del Guadalquivir, no lejos de la Torre del Oro, llegó el oro de los Incas (Perú) y la plata de Potosí (Bolivia). Allende los mares pisó por primera vez el caballo y se oyeron sus relinchos y el estruendo de trabucos, picas y espadas. Llegó la escritura y la escolarización de manos de frailes dominicos y franciscanos; los libros, la lengua, la religión. Y llegó la encomienda y los herrados caballos pisaron los espacios tropicales desde las islas de los Caribes y Taínos a la península de Yucatán.

Un nuevo hombre ante los ojos del europeo, una naturaleza virgen, prístina y un paisaje apenas imaginado. Y cambiaron los hábitos gastronómicos de los europeos. Dio un gran vuelco la cultura material. Nuevos productor y objetos desconocidos. Y nos llegó la patata, cuyo nombre deriva, de acuerdo con Joan Corominas, del americano papa y de la batata, ya conocida por los españoles del siglo XVI. El idioma quechua del Perú identifica unas mil palabras relacionadas con distintas variedades. Tan presentes como dieta fundamental en las cocinas europeas. Su carestía provocó una gran hambruna en la Irlanda del siglo XIX. Forzó una masiva emigración a Estados Unidos.


Y llegó el maíz. Una planta mágica asociada a la divinidad. Origen de la vida y de la creación del hombre, presente en las cultura maya y en la incaica. Según el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas, los dioses crearon al hombre con mazorcas de maíz. Y lo dotaron de carne e inteligencia. Hombres de maíz (1949) es la gran novela del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, premio Nobel de literatura (1974), que consagró el gran mito maya y quiché.


Y llegó el tabaco. Su uso y consumo fue descrito por Cristóbal Colón en su primer viaje. Los indios tainos de Cuba tenían arraigado su uso: “mujeres y hombres con un tizón en la mano”. Lo extendieron los marineros por los puertos europeos. Su arraigo dio motivo a las coronas europeas para imponer elevados gravámenes y monopolizar su uso. La presencia del tabaco, tras el descubrimiento de América, fue objeto de marcados debates sobre su modo de consumirlo: en forma de rapé por damas y caballeros. En su transporte se establecieron claros intereses comerciales por parte de la Compañía de Jesús. Fueron adalides en la transferencia de alimentos y otros objetos del Nuevo al Viejo Mundo, en un ágil camino de idas y vueltas mercantiles.


Y llegó el chocolate. Conocido por los aztecas por chocahuatl, lo describe el jesuita José de Acosta en su Historia natural y moral de las Indias: “sirve también de moneda, porque con cinco cacaos se compra una cosa, y con treinta otra, y con ciento otra . . . y usan dar limosna estos cacaos a pobres que piden”. El principal beneficio “es un brebaje que hacen que llaman chocolate, que es cosa loca lo que en aquella tierra le precian (. . .) y más los españoles y las españolas hechas a la tierra se mueren por el negro chocolate”. Años más tarde, fray Antonio de Excaray observa “desde que hay chocolate en España se afeminaron los hombres”. También discute sus poderes nutritivos fray Juan Enríquez en Compendio de casos morales ordinarios (Sevilla, 1634). Reconoce ser un alimento que se introduce como regalo del gusto. Y hace reprobable su consumo. El debate se extiende hasta que el papa Pío V pone fin a un hilera de comentarios morales, negativos, durante un largo siglo. El impresionante bodegón de Antonio de Pereda (1652) muestra cómo se tomaba acompañado de bizcochos y otros dulces. Mosto, agua destilada de gallina, “agua de la vid” (aguardiente), pulque, formaban parte de la etiqueta gastronómica y social de la época.


Pan con chocolate, roído y masticado, en forma de duras tabletas, troceadas, era el exquisito manjar de los muchachos de las casas más pudientes de la Ribeira Sacra. La merienda a media tarde. Se alternaba, hervido y liquidado, en tazas de barro, con rebanadas de pan, en cumpleaños infantiles, en tardes vaporosas, invernales, y en los días festivos como agasajo en primeras comuniones.


En Teimende, situado en una suave ladera sobre el Sil, se podrá visitar un museo dedicado a la fabricación del chocolate. Su fabricante adquirió fama y nombre. El tesón de la familia y el apoyo del Concello de Parada de Sil, al frente de Francisco Magide, han logrado preservar la memoria de un afamado producto que llegó, siglos ha, de allende los mares. Y en una aldea llamada Teimende tuvo años de gloria y de ferviente y apasionada producción. El Museo al chocolate será su mejor herencia ante el olvido. Parada de Sil.

Te puede interesar