Opinión

La deuda del emérito

La prescripción, la inmunidad y las regulaciones tributarias alejaron al rey emérito del banquillo. Hoy por hoy don Juan Carlos ya no está en el radar de la Justicia ni en el de la Hacienda Pública. Pero tiene una causa pendiente con los españoles: el incumplimiento de su compromiso de ejemplaridad que le vinculaba con la ciudadanía. Mientras esa deuda moral no quede saldada será visto con recelo por los representantes políticos de los españoles que le piden explicaciones por los hechos probados que le hacen aparecer como un jefe de Estado que aprovechó su cargo para enriquecerse.

Su alejamiento de España y la privación de sus funciones institucionales son pruebas tangibles de que la propia Casa del Rey y el Gobierno de la nación fueron conscientes en agosto de 2020 de que, efectivamente se había roto ese contrato del emérito con los ciudadanos. Si se le hubiera permitido quedarse en España, una vez retirada su asignación oficial, ¿cuánto tiempo habría pasado hasta que todo el mundo pusiera la lupa en sus declaraciones de la renta preguntándose por la procedencia de sus ingresos? Al menos ese peligro quedó conjurado con su definitiva instalación en Abu Dabi como residente.

Al principio de su alejamiento, el propio Juan Carlos creyó que sería algo temporal, por unos meses. Desde entonces vive en un proceso interno de victimismo y autojustificación. Solo en una carta dirigida a su hijo en marzo del año pasado se refirió a “acontecimientos pasados de mi vida privada que lamento sinceramente”.

Fue algo así como un “mea culpa” que se perdió en la polvareda cuando, dos meses después, en su primer viaje a Sanxenxo (está preparando el segundo para dentro de unos días) se hizo famoso su televisado desplante ante la pregunta de un periodista sobre su predisposición a dar explicaciones: “¿Explicaciones, de qué?”, dijo.

Tampoco ha cumplido su compromiso de ser discreto y reducir al máximo su exposición pública. En eso no ayudan quienes ahora, en vísperas de un nuevo paso por Sanxenxo, se multiplican las voces de quienes aluden al carácter privado del viaje y a su derecho a moverse por donde quiera y cuando quiera porque nada ni nadie se lo puede impedir porque “es un ciudadano como los demás”.

Mentira. Es demasiado grande la sombra del elefante que le acompaña como para ignorar la condición pública inherente al personaje. Dan fe sus encuentros con mandatarios del mundo, como Macron, que le sentó a su mesa hace dos meses en París. O el rey de Inglaterra, con el que almorzará en privado el martes que viene, antes de viajar a Sanxenxo. Pero eso no basta para saldar la deuda moral de don Juan Carlos con los españoles, por un reprobable comportamiento que desembocó en su abdicación.

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