Opinión

El bochorno

El acto de confirmación parlamentaria de la derrota de Donald Trump, ya superado el bochorno del miércoles, ha causado serios desperfectos en la imagen de Estados Unidos como teórico sillar de la democracia en el mundo occidental.

Cuesta sobreponerse al estupor a la hora de analizar en frío el asalto de los seguidores de Trump al Capitolio. Pero más le costará al presidente in pectore, Joe Biden, cuyo mandato va a nacer marcado por este trauma fundacional.

Sin embargo, no conviene hacerse el ofendido para presumir ante el espejo de ser más demócrata que nadie, porque la mala noticia del asalto al Capitolio siempre se podrá conjugar con la buena noticia de diez exsecretarios de estado de Defensa reafirmando en un comunicado el inexpugnable compromiso de las Fuerzas Armadas con la Constitución.

Eso ha de sonarnos a los españoles si, junto a la vergüenza del del tejerazo, recordamos el decisivo pronunciamiento democrático del entonces rey Juan Carlos, como jefe de las Fuerzas Armadas, en la noche de aquel infausto 23 de febrero. Por eso, y no por la recurrente épica popular (el pueblo se autoconfinó a la espera de que Tejero se fuera a dormir y los tanques salieran de Valencia), podemos hablar cuarenta años después de golpe de estado fallido, gracias entre otras cosas a que los conjurados estaban sometidos al dogma castrense de la obediencia debida.

No es el caso de lo ocurrido ahora dentro de la esfera civil en la meca de la democracia, aunque también se interrumpió el funcionamiento de la institución parlamentaria y hubo toque de queda en Washington. Lo del Capitolio responde a una acción violenta y concertada. Por tanto, ilegal y con responsables directos. No es la resulta de una corriente política fraguada en la aversión a la democracia, sino la compulsiva respuesta a los llamamientos de un líder desequilibrado.

Donald Trump arengó a los manifestantes que le coreaban junto a la Casa Blanca. "Nunca nos rendiremos", les dijo. El subidón hizo que la masa vociferante acabase escalando muros y rompiendo barreras policiales, según supimos por las imágenes televisadas para todo el mundo en plena sesión del Congreso.

De la incitación al repliegue en cuestión de horas. Como aquella folklórica sentenciosa, Lola Floras, que despachó a sus pertinaces fans en la boda de su hija: "Si me queréis, irse". En el caso de Trump, sin contrición: "Pero nos han robado", añadió. Al final, admite a regañadientes la derrota y se compromete a favorecer un traspaso de poderes ordenado el 20 de enero, si no le aplican antes el rigor de la 25 enmienda de la Constitución americana (incapacitación apreciada por su propio equipo de gobierno).

En esas estamos.

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