Opinión

El dolor viene después

Una vez prometido el acatamiento a la Constitución, “por mi conciencia y honor”, el ya presidente del Gobierno con todas las de la ley hizo un comentario ligero sobre la brevedad del ritual. Apenas diez segundos. Y el rey le siguió el hilo: “Sí, breve y sin dolor. El dolor viene después”.

Todos los medios recogen el lance verbal. Pasto fresco para la voracidad de contertulios, porque el terreno no puede estar mejor abonado a toda clase de desgracias, si partimos de una situación cuya estabilidad de España queda en manos de quienes no tienen el menor interés por España y su estabilidad.

Nubarrones no faltan. Pero constatarlos no está reñido con las generales de la ley en estos casos. Es decir, la aplicación de los beneficios de la duda respecto a un proyecto recién nacido. El de un Gobierno progresista, aun no formado, dispuesto a mejorar la vida de los españoles y, además, a buscar en las vías del diálogo político una posible salida al conflicto catalán.

Sánchez y sus costaleros, incluidos los independentistas vascos y catalanes, tienen derecho a los consabidos cien días de gracia, lo mismo que el ciudadano bajo sospecha de conducta delictiva tiene derecho a la presunción de inocencia. Eso no ha de frenar, insisto, el señalamiento de factores de inestabilidad cosidos a este primer gobierno de coalición de nuestra reciente historia.

Al ya señalado de los nacionalistas catalanes facilitadores de una gobernabilidad en la que se ciscan de entrada (ERC de Junqueras y Rufián), sumemos su carrera de sacos con quienes se niegan a ejercer de facilitadores de una gobernabilidad (JxCat de Torra y Puigdemont) en la que también se ciscan.

Esa querella está en los genes del nuevo Gobierno -cuando se forme-, comprometido a poner en marcha la dichosa mesa de gobiernos (el central de España y el de la Generalitat) llamada a despejar el futuro político de la Cataluña grande y libre. Dentro de la Constitución, como el que dice dispuesto a garantizar Sánchez. O más allá de la Constitución, como quieren los postulantes de la Cataluña una, grande y libre.

Ninguna de esas dos familias del nacionalismo querrá quedarse atrás en la carrera por la primacía. Y ninguna de las dos querrá ser acusada de pasarse al enemigo. La dinámica puede exacerbarse en cualquier momento. Por ejemplo, con una convocatoria anticipada de elecciones autonómicas, un determinado pronunciamiento judicial, cualquier noticia controvertida sobre los presos del "procés", un desahogo verbal de Puigdemont o, simplemente, el pronunciamiento de un ministro complaciente con los objetivos del independentismo que incomode al resto del equipo.

Todas esas cosas son potenciales causantes del dolor que nos espera si el futuro Gobierno no es capaz de superar sus primeros cien días de gracia.

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