Opinión

Esa Rusia que ignoramos

Decía Bertolt Brecht que lo que no sabes por ti mismo no lo sabes. Esta máxima del famoso dramaturgo y poeta alemán, decisivo en el pensamiento europeo del siglo XX, me sale al paso cuando braceo por tener información veraz, y sobre todo objetiva, de lo que realmente piensa y siente el pueblo ruso respecto a la “operación militar” desencadenada por el Gobierno ruso, o por decisión del autócrata Vladimir Putin.

Mi propio planteamiento adelanta el prejuicio sobre el carácter autoritario y los presuntos sueños imperiales del personaje. Por tanto, asumo complacido las informaciones obtenidas de primera mano por los periodistas destacados en Moscú. Particularmente los relatos frescos sobre la celebración del Día de la Victoria. O sea, el desfile militar dedicado anualmente a celebrar el 78 aniversario de la victoria de la Unión Soviética sobre los nazis al final de la Segunda Guerra Mundial.

Dicen las crónicas que el centro de la capital estaba tan vacío de gente como repleto de policías. Y que el desalentado pueblo ruso no da muestras de conformidad con la guerra de Ucrania, por mucho que Putin les diga que la seguridad de Rusia depende de la resistencia que muestre el pueblo ante los enemigos que rodean al país y quieren destruirlo.

Quisiera tener ciencia propia para rebatir la doctrina oficial del Kremlin. Putin y sus ministros pregonan el apoyo unánime de los rusos a la invasión de Ucrania. Pero me faltan los elementos de juicio imprescindibles en la formación de un criterio que permita rebatir con fundamento a quienes, en sentido contrario, sostienen que las opiniones públicas de la democrática Unión Europea, que es beligerante en el conflicto por abrazo incondicional de la causa ucraniana, están desinformadas sobre lo que de verdad está ocurriendo en Rusia respecto al conflicto ucraniano.

Quienes creemos estar ante los delirios de grandeza de un sátrapa sostenemos que este debería acabar juzgado por crímenes de guerra en un tribunal internacional. Pero nos asalta el temor de que eso quede en nada. Y no me refiero solamente al hecho de que ni Rusia (salió en 2016), ni China, ni Estados Unidos, ni la propia Ucrania reconocen la jurisdicción universal de la Corte Penal de La Haya.

Me refiero más bien a la posibilidad de que, en un nuevo contexto (unas negociaciones de paz, por ejemplo) nos cambien el relato y acabemos quitándole importancia a la falta de calor popular en torno a Putin durante el desfile militar del Día de la Victoria. Que haya que desempolvar el viaje del marqués de Custine a la Rusia del siglo XIX para entender que su cultura, la misma que inspiró a los zares y a los comunistas, no está familiarizada con eso que llamamos “democracia” a esta parte del mundo civilizado. Y que los equivocados somos nosotros, los que hemos tenido la mala suerte de caer en el “abismo de Occidente”. Vaya pesadilla.

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