Opinión

Torra con lanzallamas

El título de este artículo no es una simple figura retórica. Cuando el ya expresidente de la Generalitat, Quim Torra (ahora un simple juguete roto de Carles Puigdemont), hace sus llamamientos a la confrontación en nombre de la "ruptura democrática", está señalando el camino a sus caseras falanges macedónicas. O sea, los CDR y otros imitadores de los que Arzallus llamaba en el País Vasco "los chicos de la gasolina".

Dicho y hecho. En vísperas del tercer aniversario del fallido golpe del independentismo catalán contra el orden constitucional, coincidente con la muerte política de Torra, por inhabilitación judicial, este desdichado personaje reconocía públicamente su comunión con quienes sacarían el lanzallamas a las calles en la tarde-noche del 1 de octubre.

Pero ha llovido mucho desde aquella infausta fecha de 2017. En las algaradas del jueves los mossos hicieron su trabajo sin contemplaciones frente a los furiosos cachorros "indepes", con decenas de detenciones. En el Parlament se reproducían al mismo tiempo las profundas discrepancias entre las distintas fuerzas políticas, incluidas las independentistas. Y por la sede de la Generalitat vagaba la sombra torturada de Torra.

Ocho años después de iniciarse el insensato viaje de Artur Mas hacia el insalvable muro forjado de la ley, la historia, el sentido común, el derecho nacional e internacional y los intereses de la ciudadanía, se ha demostrado que era un viaje hacia ninguna parte. Ahora Cataluña está peor que entonces.
Vamos hacia las quintas elecciones autonómicas en los últimos diez años. El presidente del Parlament, Roger Torrent, las ha anunciado para el 14 de febrero, dando por sentado que no habrá candidato para sustituir a Torra antes de terminar la actual legislatura. Pero que no se forzarán los plazos legales hasta la convocatoria automática.

O sea, que hemos entrado ya en campaña electoral y eso se nota en las recurrentes soflamas del nacionalismo contra el Estado español y por la republica catalana. Erre que erre. El presidente en funciones, Pere Aragonés (ERC), ya ha dicho que apuesta por un nuevo Govern independentista, si dan los números. De momento es su forma de parecer más antiespañolista que sus competidores y hasta ahora socios de JxCat. Extraños socios instalados en un agrio intercambio de reproches. Están librando una lucha sorda por la primacía en el campo independentista.

Eso es lo que está por ver, pues es palmario que los apremiantes ardores patrióticos de sus dirigentes, desde el presidiario Junqueras (ERC) hasta el prófugo Torra (JxCat), han topado con el coronavirus, el hartazgo de la ciudadanía, la guerra fraticida y las encuestas del CEO catalán (el "no" a la independencia pasó del 50 % por primera vez en el barómetro de julio).

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