Opinión

DE ENTRENADORES Y PUPILOS

Permítanme recordar dos momentos televisivos de los recientes mundiales de gimnasia celebrados en Rotterdam. Sucedieron en la misma jornada y prácticamente sin solución de continuidad. Uno era poco menos que gore; el otro muy tierno. El primero lo protagonizó el chino Lu Bo. Como consecuencia de una lesión en la muñeca, su entrenador, ni corto ni perezoso, le administró un inyectable. Vimos los preparativos de la jeringuilla. Y en primerísimo plano, asistimos, primero al pinchazo, y después, al viaje de no menos de un par de centímetros de la aguja hasta bien adentro del brazo, hasta concluir con el consiguiente chute de líquido blanquecino. Desde el sofá causaba grima. Pero Lu Bo, sin inmutarse, se subió a continuación al caballo con arcos como si nada. Como una máquina.


El segundo momento al que me refiero tuvo como protagonista al estadounidense Danell Leyva. El realizador rescató unas de las tantas imágenes que captaban simultáneamente las numerosas cámaras dispuestas en el pabellón de Rotterdam, algunas robotizadas. En este caso también vimos a su entrenador, pero esta vez la actitud era bien distinta. Tomando con sus dos manos la cabeza de su pupilo, y apretándola bien fuerte como se intenta abarcar eso que se desea proteger, le propinaba un beso en la frente antes del ejercicio. No creo que lo viese demasiada gente, al menos en nuestro país. Tuvo su aquel.

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