Opinión

HIJOS DE

Los cursos de verano sirven, entre otras muchas cosas, para averiguar los verdaderos nombres de los ponentes invitados. Sucede cuando la persona encargada de realizar los rótulos desvela alguna sorpresa, cuando aparece algún apellido o nombre compuesto no desvelado oficialmente. Me sucedió el otro día con Fernando Savater, en cuya ficha aparecía bautizado como Fernando Fernández Savater. Si antes veo la cartela, antes me topo con una de esas páginas nobles del diario 'Público' en donde una de las entrevistas señeras iba firmada por un tal Amador Fernández-Savater, en negrita y en destacado, como cuando se trata de uno de los colaboradores ilustres.


Hasta que Fernando León de Aranoa estrene su próxima película, el único Amador universal en este país es el de aquel libro sobre la Ética que el célebre filósofo vasco dedicó a su hijo, 'Ética para Amador'. En décimas de segundo até cabos, volví a mirar la página del periódico y presentí que podría tratarse de la misma persona. Traté de aliviarme pensando si los hijos de un padre reconocido no van a tener derecho a desempeñar puestos de responsabilidad y los mismos derechos que los demás. Pero en cuanto repasé mentalmente la cantidad de amigos y ex alumnos que no están haciendo lo que quisieran, y que si fuesen hijos de, sin duda, sí lo habrían logrado, volví a soliviantarme. No tener la vida resuelta, valiendo, es muy injusto. Y desde luego que no hablo de Andreíta o Rociito.

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