Opinión

Santi

Santi Millán me provoca sensaciones encontradas. Sobre el papel, es un tipo que debería caerme muy bien. Desprejuiciado al límite, con esa marca de fábrica que arroja la certeza de que viene de vuelta cuando muchos todavía no han ido. Profundamente descreído, laico mil por mil, despolitizado porque los partidos que le representen están por inventar. Un tipo que debería caerme francamente bien.

Sin embargo, hay un pero. Procedente de lo turbadora que me resulta su mirada, o la mirada de su personaje. Me refiero a ese personaje que algunos conocimos cuando Buenafuente todavía emitía sólo para el circuito catalán, y Millán representaba a un tal Paco, que hablaba en castellano, y que tenía una cara tan dura como el cemento. Y me refiero a los personajes que vinieron después, lo mismo da que apareciesen en la ficción televisiva que en la cinematográfica, y es imposible olvidarse aquí del repelente protagonista de ‘Amor idiota’ de Ventura Pons. En todos ellos, por encima de la interpretación, subyacía el verdadero rostro de Santi Millán, el de un histrión superdotado, un comunicador al que parieron con el descaro en los genes, ese que otros no alcanzan así viviesen siete vidas.No me hagan mucho caso. A lo mejor lo que sucede es que le tengo envidia. Y hubiese querido ser como él siquiera un día de mi vida.

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