Opinión

El archivo imprescindible (y las miserias pequeñitas)

A esta altura de 2017 La Región -y la vieja Hoja del Lunes- han escrito aproximadamente 38.734 capítulos de la historia de Ourense, uno por cada uno de los 39.055 días de sus 107 años de existencia después de restar los 321 viernes santos, navidad y año nuevo en los que “no sale el periódico por descanso del personal”.

Así es que nadie en sus cabales puede discutir la importancia del archivo de La Región, por el que fluye la vida y la historia de Ourense en el último siglo. Un Ourense identificado más allá incluso de la estrecha geografía provincial, pues esta aventura empresarial, periodística, un tanto romántica y bastante testaruda en su vocación de permanencia en un lugar donde nada permanece, supo volar a cada rincón del mundo habitado por ourensanos anticipándose a la idea de que lo importante no son los territorios sino sus gentes, en un tiempo en el que la emigración era la emigración y no ese concepto tan "creativo" de la “movilidad exterior”. 

Es, pues, como reconocen historiadores, sociólogos, investigadores, eruditos y público en general, un archivo objetivamente imprescindible para entender la historia de Ourense desde 1910. 

Cuando en mi particular periplo de "movilidad exterior" llegué a Ourense en 1973, La Región tenía sesenta y tres años y yo apenas veinte. Desde nuestro primer encuentro vivimos un amor intenso en la juventud, discontinuo y distraído a veces, pero sostenido siempre con la certeza de los viejos matrimonios. El paso del tiempo ha acercado nuestras edades, y la mitad de mi vida profesional está impresa en sus páginas. De manera que si no alcanzaran las razones objetivas de los que entienden de estas cosas, me sobrarían razones personales para felicitarme porque Ourense incorpore a su patrimonio el archivo imprescindible de La Región.

Y, claro, como no hay dicha perfecta, seguramente algunas cosas en este paso necesario podrían haberse hecho mejor, fundamentalmente desde el lado público. No valoro, desde luego, las críticas de una empresa foránea de la competencia ampliamente subvencionada por la Administración, ni la cuantificación económica de unos derechos de propiedad intelectual que son, por su misma naturaleza, intangibles. Pero el presidente de la Diputación podría haber tenido mayor altura de miras, entender que este no era un simple asunto de partido ni de gobierno, sino “de provincia”, y haberlo gestionado así con la oposición, en la seguridad de que la oposición, al menos la sensata, lo habría compartido y habría aumentado la base política de apoyo al proyecto.

Pero lo cierto es que nadie se acordará de nosotros cuando estemos muertos, y cuando dentro de otros cien años historiadores, sociólogos, investigadores, eruditos o ciudadanos curiosos consulten este archivo, descubrirán allí el latido diario de la historia moderna de Ourense, sin rastro alguno de las miserias pequeñitas.

Te puede interesar