Opinión

Lo que el viento se llevó

“Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”.

Commo ese “momento único” de la frase de Flaubert que inspiró a Marguerite Yourcenar sus “Memorias de Adriano”, Ourense vivió un momento único en el que tuvo una oportunidad. Fue un breve lapso de tiempo entre finales de 2010 y principios de 2011, en el que los gobernantes de Ourense y Madrid comprendieron que la integración de la Alta Velocidad -el proyecto de inversión pública más importante en un siglo- era esa oportunidad para la ciudad, y decidieron dársela.

Los acuerdos nunca son fáciles. Pero la voluntad política de no perder aquella oportunidad alumbró un Plan Especial de Integración Ferroviaria en el que la construcción del nuevo complejo intermodal tren/autobús (retranqueado hacia Río Arnoia para evitar el murallón que ahora nos amenaza) era el núcleo de una ambiciosa reordenación urbana que abarcaba no sólo A Ponte, O Vinteún, Peliquín y Oira, sino también el actual corredor y los suelos ferroviarios excedentes. Ahí estaban, entre otras actuaciones, la gran plaza pública de 25 mil metros cuadrados sobre las vías conectando los barrios, la variante exterior, la creación de vivienda y aparcamiento público, zonas verdes y equipamiento, y la transformación del eje Avda. de Marín/Gómez Franqueira en la arteria que articulaba la ordenación de conjunto. 

Lo más desolador de los políticos es su resignación a la miseria presente, su ceguera para ver otro porvenir, su incapacidad de soñar utopías. Por eso nunca planifican y sus actuaciones suelen ser una sucesión de parches deslavazados, inconexos y contradictorios como el “pendello intermodal” que nos están endosando. Con todo, sólo una simplificación demagógica puede achacar el descarrilamiento del proyecto a la pugna PP-PSOE. Otros partidos estructurales como el BNG vieron durante demasiado tiempo en el AVE un fantasma amenazante para su arcadia feliz comunicada por idílicos trenes de cercanías. Y además estuvo la variopinta “Cofradía del Soterramento” con sus cómplices, el estruendoso silencio de las “fuerzas vivas/muertas” y la pavorosa indiferencia ciudadana. Sólo Feijóo tenía un plan: Aquel que presentó a bombo y platillo en 2005 con el AVE entrando por el trazado actual y un par de marquesinas de adorno en la Estación. Exactamente lo que están haciendo. 

En teoría habría tiempo para recomponer el desaguisado sin retrasar ni un minuto la llegada del AVE. Pero si a 10 mil manifestantes les ha costado un mundo torcer el pulso del presidente con el paritorio de Verín, dudo mucho que los 200 de la tardía, aunque animosa, Plataforma Tren Digno que salimos hace unos días en A Ponte lleguemos a incomodarle.

En teoría, el Concello podía volver a plantar cara a Fomento -como en 2011- para frenar un destrozo urbano, o para impedir que 134 m2 de suelo ferroviario excedente queden “a monte” en el centro de la ciudad, y utilizar parte de los 100 millones de remanente de tesorería de que dispone para promover y gestionar las 800 viviendas previstas y convertirse en un potente operador público de alquiler residencial a precio razonable, por ejemplo, modulando los eventuales excesos o recalentamientos del mercado. Ya sé que habría que ajustar la inversión del remanente a la Ley de Estabilidad presupuestaria, pero dudo que frente a un plan político sensato ningún interventor obligado a buscar soluciones se empeñara en poner problemas. 

Hay experiencias de éxito en ciudades de tamaño similar a la nuestra, como Rivas-Vaciamadrid. Probablemente sería un proyecto mucho menos glamuroso y no tan epatante como levantar una torre que se vea desde Tombuctú, pero bien pudiera convertir, al fin, la gestión municipal en un instrumento útil para hacer ciudad. 

Es obvio que esto no ocurrirá. En Caracuel, el pequeño pueblo donde nací que don Quijote sitúa "según se va de Almodóvar a Tirteafuera a la derecha mano", aprendí pronto que pedirle peras al olmo es temeridad, y esperarlas, directamente delirio. 

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