Opinión

Por el bien del partido

En mis ya largos años de militancia política he vivido todo tipo de situaciones. En un partido conviven -y en general fluctuando con la volatilidad del voto ciudadano- todos los tiempos del Eclesiastés: El tiempo del éxito y el del fracaso, el de la euforia y el de la depresión, el de la unidad y el de la discordia, el de la oposición y el del gobierno. Pero en cada tiempo permanecen inmutables un par de conceptos: el de la “lealtad” (o “deslealtad” según quién y para qué la maneje) y un evanescente “bien del partido” que suele valer para un roto y un descosido, pero, sobre todo, para aquietar el debate interno y acotar las naturales corrientes políticas, tácticas o estratégicas que conviven también en los partidos, como en cualquier otra organización social. De igual si un partido gobierna, está en la oposición, prepara elecciones, negocia la formación de gobiernos…nunca es el momento de expresar discrepancias o debatir ideas o estrategias “polo ben do partido”.
Entiendo que este enroque tiene mucho de mecanismo de defensa frente a un electorado que tiende a castigar las desavenencias internas, y frente a unos medios de comunicación que presentan como tales lo que deberían ser obligados debates para una más sólida formación de la oferta programática y de candidatos que los partidos presentan a la sociedad. 
Los partidos, sin embargo, no deberían olvidar que en nuestro ordenamiento jurídico no son organizaciones privadas comunes, sino asociaciones específicas obligadas a los comportamientos de democracia interna y transparencia que exige su función como instrumentos para la representación política de la sociedad. El Tribunal Constitucional definió la relevancia constitucional de sus funciones, que se resumen “en su vocación de integrar, mediata e inmediatamente, a los órganos titulares del poder público a través de los procesos electorales”. Un partido no es, por tanto, un chiringuito privado o una secta regida por rituales secretos para sus prosélitos, sino el foro donde se articulan las propuestas políticas y se eligen las personas encaminadas a “integrar los órganos del poder público”. 
Difícilmente puede mantenerse que “la lealtad” y “o ben do partido” sea ocultar a los ciudadanos estos debates y procedimientos que determinan la conformación del programa político y la elección de los candidatos a presentar a la ciudadanía para que elija entre ellos –y no entre cualquiera otros– a sus gobernantes. Los ciudadanos tienen, por tanto, derecho a conocer en toda su expresión externa e interna cómo funcionan los partidos de los que van a salir sus gobernantes. De manera que la apelación a “o ben do partido” para frenar el debate político y la recurrente acusación de “deslealtad” al discrepante, no dejan de ser una muletilla acrítica de escasa elaboración intelectual o un profundo desconocimiento de lo que es un partido democrático.

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