Opinión

Terra da chispa

El diccionario de la lengua española, tan rico y expresivo como caprichoso y puñetero, ha querido dar a la palabra “chispa” acepciones que sugieren la fuerza incontrolable de la naturaleza como el rayo, la centella o el relámpago, o significados metafóricos más humanos como gracia, chiribita o melopea. Un buen número de sinónimos a los que los ourensanos hicimos los honores en las municipales del pasado día 24, propiciando un resultado electoral creativo y cachondón que nos embarca para los próximos cuatro años en un fascinante viaje colectivo a ninguna parte. O a no se sabe dónde, que es peor.

Lo cierto es que los relámpagos y centellas del cabreo general contra la política –y contra el inmovilismo de los partidos tradicionales, incapaces que anticipar el tsunami anti-político provocado por los devastadores efectos de una crisis que los poderosos están saldando contra la gente– han dejado en Ourense un escenario municipal muy en consonancia con esta ciudad que tan orgullosa se autoproclama “terra da chispa”. Chispa de afiadores para mantener a punto los cuchillos en previsión de que la política local siga siendo en rayo que no cesa; chispa de las que hacen chiribitas en los ojos incrédulos del domingo 24 por la noche; chispa de chispa propiamente dicha, que nos lleva a pensar que la reforma electoral más urgente es prohibir que los bares y las urnas abran a la vez.

Hay, sin duda, en los resultados municipales, un virulento castigo electoral a los partidos que los nuevos mesías y telepredicadores políticos llaman “de la casta”. Pero es un hito histórico que un pueblo castigue a los “malos” disparándose en un pie. Aunque en Ourense puede que no lo sea tanto. Ya se sabe nuestra máxima en los pleitos con el vecino: “Gastar, gastei canto tiña, pero fodino ben”.

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