Opinión

¿Viva el Rey?

“No aman la Patria porque sea grande, sino porque es suya”  (Séneca)

La política española sufre un agudo problema de apropiación indebida. Más allá de la inquietante crisis territorial, de la demoledora desigualdad, del paro cronificado, o del creciente cantonalismo hacia el que ha evolucionado el modelo del 78, la apropiación indebida de valores, ideas o símbolos que deberían ser comunes es, en mi opinión, el principal obstáculo para crear una identidad colectiva como país.

Se discute mucho esta semana de cuantos y cuanto han aplaudido al Rey en su discurso inaugural de la XIV legislatura en el Congreso. Es el debate recurrente de la desmemoria, porque siempre ha sido así desde hace 40 años, unos aplaudían más, otros menos y otros nunca aplaudían el discurso de este o del anterior monarca. El problema es cuando no se aplaude al Rey por considerar que pertenece a otros, y estos hacen todo lo posible porque así lo parezca.

Apropiación indebida. 

Soy un constitucionalista convencido, asombrado por la grosera apropiación que jóvenes líderes de partidos de aluvión o líderes de “renovación” en partidos tradicionales hacen de una Constitución que parecen entender -o aceptar- solo a medias. 

Al extender credenciales de “español” ignoran que todos somos iguales según el artículo 14, que no asigna más o menos “españolidad” a un murciano de Vox que a un “indepe” de Calella. Y cuando arrojan sombras de ilegitimidad sobre determinados diputados -preferentemente nacionalistas- aunque hayan sido elegidos tan legalmente como los demás, no parece preocuparles demasiado el artículo primero que propugna “como valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político”. Les gusta mucho, en cambio, el artículo segundo, pero no la parte que reconoce las “nacionalidades” sino sólo la que proclama la “unidad indivisible” de España, por la que algunos no dudarían en aplicar el artículo ocho metiendo en danza al ejército. De manera que si apropiarse indebidamente de la Constitución es malo, hacerlo a medias es peor.

Soy un español satisfecho sin alharacas de serlo, que cuando oigo a un político soltar su muletilla “lo que quieren los españoles” me dan ganas de gritarle que a mí me excluya o me consulte. Soy un agnóstico del dios patriótico, que me irrito, sin embargo, cuando manosean la “Patria”, que no acepto la asimilación automática de España con la derecha, y no acierto a comprender el clamoroso desistimiento de la izquierda ante la apropiación indebida que los conservadores hacen de la identidad española. 

Soy un republicano convencido, que acepta la Monarquía como parte del consenso constitucional del 78, sin renunciar a cambiar la Jefatura del Estado si se alcanza un consenso social igual a aquel y la mayoría parlamentaria legalmente establecida para modificar el Título II. Y aunque las banderas me importan bien poco, puedo obviar el origen franquista de nuestra enseña oficial y aceptarla sin mayores reservas. Pero cuando veo las pulseritas en rojo y gualda que gasta la nueva derecha triple, o cuando Pablo Casado suelta la sandez de que cualquier sandez queda fetén gritando “viva el Rey”, sospecho que la apropiación indebida es ya una carcoma imparable que mina las instituciones y que el consenso del 78 que tanto esgrimen para "defenderlas" se ha convertido en un embeleco para idiotas. 

Hay amores que matan.

Te puede interesar