Opinión

ISABEL PANTOJA

El caso de Isabel Pantoja, hoy es un panal de miel en el que se unta la palabra. Se dice que jugó con fuego y se quemó. Según las leyes, el tribunal de justicia que la ha juzgado, le ha impuesto la pena que decidió justa. No entro ni salgo en la sentencia. Sé que ella no ha sido la única persona en España que ha jugado con el dinero ajeno. Ni mucho menos.


El mismo delito por el que se le ha condenado, y otras vulneraciones muchísimo más graves, todavía impunes y cometidas a mansalva, planean por toda la piel de toro como un manto pesado y sucio, sin que nadie se amontone, afortunadamente, en conato de linchamiento. Aunque a veces para linchar a alguien, no es necesario formar un bloque físico. Linchamiento. Palabra terrible, estremecedora, que deja ver la oscura miseria, el lado más execrable del ser humano, el barro que enfanga la razón y la convierte en monstruosidad sin parangón. No se qué sucede con las cantantes llamadas folklóricas. Parece que son focos de una luminosidad prodigiosa que en un momento dado ciegan por las adoraciones que suscitan, y otras ciegan por la aversión que despiertan, sin que se sepa a ciencia cierta qué mueve estas dos pasiones irrefrenables y negativas, a no ser la envidia y la revancha. Siempre se dijo que del amor al odio no hay más que un paso. Y son, generalmente, aquellos que más le aplauden, los que más fuerza hacen para derribar al ídolo en su momento de más debilidad. Sin embargo, Isabel Pantoja, desde mucho antes de su aventura marbellí, ha sido manjar de lenguas de doble filo.


Se la ha traído y llevado como nutriente de programas televisivos que sin pausa se han introducido en las costuras de sus batas de cola y le han arrancado con fiereza uno a uno, los flecos de sus mantones. Son los juicios paralelos que hacen los que creen que pueden lanzar la primera piedra. Por eso, en este país es mejor pasar sin hacer ruido.


Conozco el caso de una amiga, para la que en cartas a la prensa y de palabra, algunos ciudadanos pedían un reconocimiento oficial por sus, digamos, méritos. Cuando las firmas aumentaban, mi amiga, que era absolutamente ajena a la cariñosa iniciativa, fue llamada por un responsable, quien con muy buenas, pero contundentes palabras, la conminó, como culpable, a que parase la campaña. Mi amiga nunca olvidó aquello. Prohibido brillar, aunque sea un poco.

Te puede interesar