Opinión

Leyendo papeles rotos: de la mano de Cervantes (1616-2016)

Cervantes señala sutilmente la función que adquiere la lectura, él mismo gran aficionado a leer «aunque sean los papeles rotos de las calles». Muy al día en los géneros literarios en boga (libros de caballerías, de pastores, de pícaros, cuentecillos folclóricos, novela sentimental, morisca, crónicas, relaciones), los combina y alterna con gran maestría en Don Quijote. Un memorable cruce de memorias vividas y de lecturas mentalmente recobradas. Ya en los primeros ocho capítulos de la primera parte de Don Quijote  Cervantes deja asentado el tema central: el destino del hombre en radical conflicto con su sociedad. El presente se confronta con el pasado medieval. Y su escribidor, Cervantes, recaudador de impuestos, preso por su mala administración fija, dolido y sonriente en su personaje, los sueños de gloria del héroe de Lepanto y del cautivo de Argel, si bien sumido en una sociedad de clérigos, venteros, duques y mercaderes.

Ciertamente, todo el relato está dado en síntesis en los ocho primeros capítulos. La segunda y tercera salida de su aldea manchega son detalladas ampliaciones del esquema inicial. A modo de una gran sinfonía textual, los temas van apareciendo y desapareciendo, enlazándose y separándose, enriquecidos con repeticiones y variadas digresiones. 

El caminar de don Quijote es un ir rehaciendo lecturas en un aparatoso y lento fluir de tiempos y espacios en donde lo imaginado y lo leído se encadenan en una frustrada utopía. Su biblioteca es el archivo de trufadas lecturas. Alonso Quijano, lector, es rehén de una gran revolución tecnológica. Implicó la producción masiva del libro impreso frente al previo: el manuscrito lento en producción, costoso y de reducida circulación. La cultura del manuscrito imponía una lectura en voz alta, y una persona leyendo a otras en grupo. La tipografía produjo libros más pequeños, portátiles, provocando la lectura solitaria: un libro y una persona, sola, en un rincón, rumiando ensimismado lo que leía. En silencio. Quijano leía en períodos de hasta cuarenta y ocho horas. Su sobrina advierte a maese Nicolás: «Sepa, señor maese Nicolás . . . que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada, y andaba a cuchilladas con las paredes» (I, v). 

Ya Marshall McLuhan (La galaxia Gutenberg) observó cómo la lectura privada aisló al individuo de su grupo. La nueva tecnología que aportó la imprenta (el acceso al libro privado) alteró radicalmente la formación del hombre como individuo. Lo convirtió en otro, alienado de su entorno. Don Quijote presenta un mapa detallado y completo de la Galaxia Gutenberg: escritura mecanizada, producción en masa del libro, consumo de la obra literaria como mercancía. Se pasa del cuentecillo folklórico, del romancero difundido oralmente, al manuscrito, al libro impreso, al lector solitario. Y surge el juego de autores, de personajes, de textos que leen otros textos, de lectores que leen y practican lo leído y se oyen leídos en otros textos (el Quijote de Avellaneda). Vida y literatura a la par y con ello el gran acierto: la novela moderna. El Quijote como la gran variación del relato ya escrito y por escribir. «Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo» (I, ix). 

 Y tal es la literatura: una línea oblicua que va de archivo en archivo; de un texto a otros múltiples textos. En palabras de Jorge Luis Borges: «La literatura no es agotable, por la suficiente y simple razón de que un solo libro no lo es. El libro es un ente incomunicado: es una relación, es un eje de innumerables relaciones. Una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leída»  Y continúa: «Si la literatura no fuera más que un álgebra verbal, cualquiera podría producir cualquier libro, a fuerza de ensayar variaciones . . . para que tenga alguna virtud debemos concebirla en función de una experiencia» (Otras disquisiciones).

Y lo son sus aledaños espaciales y sus ramificaciones: la casa que es venta, que es una imprenta, que es un castillo; la casa del burgués don Antonio Moreno (II, 62) situada en la ciudad letrada de Barcelona. De la casa de la ficción (la imaginada locura), don Quijote se desplaza a la casa del engaño y al taller de la escritura: la imprenta. Ésta marcó un cambio radical. El hidalgo manchego había logrado una modesta biblioteca, y a sus cincuenta años, en el alto de su Rocinante, lo leído lo transforma en contienda social consigo mismo y con los otros. Años después, a las puertas de la muerte, lo confirma en su testamento: «Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mi se tenía, y prosiga adelante el señor escribano». 
 

Parada de Sil

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