Opinión

Un gran pecador

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Lunes, 25 de mayo

Pronto iré a mi aldea de Arzádegos para escuchar cómo me llaman Jaimito. Cuando escucho a las personas que me vieron nacer llamarme así, es algo terapéutico para mí. Pero te cuento de cómo fui un niño contrabandista. En mi infancia iba a pasar mis vacaciones a Arzádegos. Cómo me gustaba subirme al alto del carro de bueyes cuando venía lleno, muy lleno de heno y sentir los quejidos del eje. A veces, un paisano nos llevaba con él en el carro vacío a tres o cuatro mocosos hasta un prado que tenía justo en la Raia. Llegados allí, mientras correteábamos felices, el paisano colocaba hábilmente un gran montón de kilos de café, aquel café tan bueno que llamaban Sical. Después, rellenaba todo con heno, mucho heno hasta arriba. De regreso, subidos al alto del carro, justo cuando estábamos cerca del cuartelillo, nos decía “cantade, cantade rapaces”. Después, nos daba a cada uno dos pesetas y un paquete de caramelos.

Martes, 26 de mayo

Así que quedo con mi contertulio profesor para patrullar las calles y tomarle el pulso a la ciudad. Ahí están, miran obsesivos los escaparates de las grandes tiendas: “Ya sabe, el viejo truco de las rebajas y estamos haciendo buenas ventas”. Caminamos y la gente va, viene, bebe y pasea un poco aturdida. El profesor reflexiona: “Por sus caras observo que en estos casi tres meses confinados han puesto poco orden en sus vidas, y no han desalojado mucho sus miedos y demonios. Han tragado programas y programas de cocineros, comer, comer, qué obsesión colectiva. Engullir ‘Sálvame’ y mirar hipnóticos vacías telenovelas”.

Ante nosotros hay una larga cola a la puerta de un establecimiento. Ironiza el profesor: “Por fin, el españolito tan reacio a las filas ha perdido su rebeldía. Ahí los tienes, ordenaditos como si fueran ciudadanos británicos”.

Le digo: “¿Recuerdas que cuando éramos niños apedreábamos a los chivatos? Pues estos meses desde sus balcones, todo el mundo mira con ojos policiales si alguien comete una infracción. Mala cosa, nos están haciendo a todos policías. ¿Recuerdas la canción de Brassens?: ‘Si en la calle corre un ladrón/ y a la zaga va un ricachón,/ zancadilla doy al señor/ y aplasto al perseguidor”. Coincidimos ambos: “Lo más asombroso de esta pandemia que nos tuvo encerrados tantos días, con familias enteras en pisos de cincuenta metros, padres, nietos, tíos, en pisos tan pequeños que nadie podía transitar, es que no ocurrieran desgracias. Lo que es asombroso es que no se despertasen los odios familiares, las viejas heridas, que no hubiera disputas ni navajazos. ¿Conoces el chiste?: ‘Es navidad, ¿cómo la vas a pasar? ¿bien o en familia?”.

Ahora, mi amigo y yo caminamos por el Paseo. Un predicador subido a un banco con la Biblia en la mano y voz cavernosa habla del final de los tiempos: “Esta peste es la señal”. Nadie se detiene. Los transeúntes apuran el paso cuando sus fieles les entregan estampitas y pasajes de la Biblia. (El profesor da en la clave: “Observa que el predicador es sudamericano. Nosotros fuimos a sus tierras con el humeante arcabuz y la Biblia. Ahora son ellos quienes vienen a recordárnoslo”.)

Miércoles, 27 de mayo

A veces se me acerca algún lector, con frecuencia para ponerme verde por algo que escribí. Menos mal, este hombre, ya anciano y elegante, me dijo entre tímido y sonriente: “Leí su artículo sobre el mundo gay. Y es cierto, yo era un niño y a veces nos burlábamos de don Eduardo llamándole maricón. Él se mantenía impasible. Coincido con usted. Si hoy pasease con su amante por el Paseo, no recibiría muchas miradas de simpatía. Pero mire, tengo un sobrino, un chico culto e inteligente con un puesto importante en los juzgados. Hace pocos años que fue destinado a Madrid. Aquí vivía con su madre enferma. Cierto, cuando lo destinaron a la capital venía con frecuencia a verla acompañado de un chico. Al fallecer su madre, se presentó con su joven acompañante. Entonces, con mucha naturalidad nos presentó a todos al joven y nos dijo sin más: ‘He salido del armario y éste es mi novio’. Pero ya conoce esta ciudad, tan poco abierta y muy dada a las críticas. Mi sobrino sintió mucho rechazo. A los pocos días, a pesar de mis ruegos, malvendió su herencia y sus cuadros, algunos de firmas importantes. Todo muy por debajo de su valor. Al despedirse de mí, muy herido, me dijo: ‘No volveré a Ourense jamás”.

Viernes, 29 de mayo

Ya te conté, hermano lector, que no dejan de caer cosas sobre mi terraza. Ya tengo unas gafas graduadas, dos cepillos de dientes, unos calcetines, unos calzoncillos menos mal que limpios, y créeme, un sombrero mejicano. Pero ayer, las tres señoras de la galería que todas las tardes rezan el rosario al menos tres veces consecutivas, me lanzaron un sobre inmaculado. Lo abrí y allí estaba con letra elegante el Padrenuestro. Al final decía: “Está en arameo que es el idioma en que Jesús rezó su oración”. Acababa de leer la carta cuando la mujer que me lazó el sobre me llama. Cielo santo, qué barbaridad, me debe de tener por un alma perdida o un gran pecador porque te juro me dijo: “Que sepa que lo tenemos presente en nuestras oraciones”.

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