Opinión

Sencillo como una canción

La sencillez está muy próxima a la auténtica grandeza. Cuando conocí a Ramón Cabanillas, siendo todavía un muchachito, recibí esta clara impresión como un choque tremendo. Entonces andaba uno en sus devaneos con la poesía, citas con las musas más esquivas que propicias, calentura febril a la caza de imágenes y relámpagos de gozo cuando, habiendo hecho sonar la flauta, quizá por casualidad, el premio de un certamen vino a estimular la vanidad y el celo poético. Nadie puede censurar que aquella juventud alcanzando algunos primeros objetivos en la larga y difícil caminata por el sendero del halago, sintiera con mayor fuerza el impacto de la sencillez del vate ilustre, maestro para generaciones futuras, ante el cual nos encontramos en día víctima de un repentino complejo de inferioridad rápidamente desaparecido por su cordialidad magnífica, y su acogida tan bondadosa como llena de afecto.

ramon-cabanillas-lamina-25,5x35cm

Yo tenía el encargo de hacerle entrega de un paquete conteniendo buen número de ejemplares de una partitura musical. No sé si más poesías de Cabanillas fueron musicadas o si ésta fue la única. Se titula: “Eu tiña corazón”. Un verso breve, un poemita sencillo como él mismo:

 

Eu sabía de amores

e de cantares ledos.

Eu sufría e choraba

e miraba pra-o ceo.

Eu tiña corazón.

Pero un día en segredo,

fura que fura un verme

metéuseme no peito.

E cando me dín conta,

¡o maldito comérano!

 

No sé hasta qué punto me estará vedado afirmar -por el parentesco que me une con el autor de la música, muchos años ya muerto- que se trata, a mi parecer, de una de las más hermosas canciones gallegas que conozco. Bellísima la poesía que supo inspirar una música digna de cooperar con tan gran poeta.

Ramón Cabanillas entró desde entonces en la intimidad de mi devoción particularísima, acrecida por los años, porque cada vez su espíritu se afinaba más, cada vez poseía mayores alientos poéticos, cada vez descubría más sin veladuras aquella su recia personalidad extraordinaria disimulada por la humilde sencillez que le caracterizaba. Alguien dijo, en estos días tristes en que la noticia de su muerte es como una obsesión que nos niega el descanso, que Cabanillas poseía un alma franciscana. Y esto constituye una ratificación que avala las impresiones que uno ha recogido a través de los años en su contacto con el genial poeta, autor de un auténtico monumento literario sobre el cual descansa en gran parte el prestigio del idioma gallego.

Sobre su tumba están poniendo los escritores de Galicia y aun los no gallegos frondosas coronas de póstumo homenaje en forma de evocaciones valiosas. A uno sólo le es permitido colocar esta humilde margarita del recuerdo de su sencillez.

Te puede interesar