Opinión

Bálsamo labial Suavina

Antes de que gente obtusa de bata blanca comenzase a sintetizar principios activos vegetales en laboratorios, los remedios para devolvernos la salud estaban donde han estado siempre: en las plantas, en el bosque. En esa inteligencia de clorofila que gobierna el mundo y es tan humilde que nos permite creernos mequetrefes dominadores del planeta. La vida y la muerte estaban ahí afuera, entre los árboles, que son nuestra verdadera casa y no un lugar que se visita vestido del Decathlon. Las personas conocían plantas y remedios para comer y alimentarse, para purgarse los adentros o calmar las dolencias de afuera. Cualquier problema pequeño tenía su medicina en forma de tallo o extracto. Los médicos eran chamanes y los males, humores que habría que equilibrar.

Para los problemas, grandes o pequeños, existía un remedio natural, mezclado con la magia y el deseo espiritual de ponerse mejor. Por supuesto, bendita tecnología que nos escanea las entrañas y maravillosos remedios que destierran con pastilla o inyección lo que antes era una muerte segura. Pero a uno le entusiasman las pócimas ancestrales que siguen ayudando a estos viejos cuerpos a transitar los años sin demasiado sufrimiento. Para un asunto diminuto como los labios secos, hace casi 150 años inventaron en el levante un ungüento cuya fórmula ha permanecido inalterada. Es el bálsamo Suavina, la formulación de aceites esenciales y mentol de un boticario de Castellón que curaba los labios agrietados de los labradores de la huerta valenciana, reventados de Mistral y salitre.

A pesar de los vientos del progreso, la fórmula de este remedio apenas ha cambiado y la siguen elaborando artesanalmente unas señoras metidas en un cuartucho. El envase, que siempre fue hermoso, ya no es de metal, sino de plástico, pero sigue teniendo una majestad antigua, como una pastilla art-decó. Cuando cruzo la meseta en estas máquinas supersónicas, los labios se agrietan con los aires serranos. Saco entonces esta cajita mágica y me embadurno la boca. Siento el mismo alivio que aquellos labradores vestidos de lino recogiendo limones de sol a sol. La vida sigue.

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