Opinión

Palmatoria de bronce

Palmatoria.
photo_camera Palmatoria.

Conviene habitar la noche para conocer la noche. Escuchar el silencio del mundo cuando el sol se retira y nos es permitido ver las estrellas. Basta con respirar y asistir al milagro doble de respirar y observar cómo ese espectro que llamamos el cielo deja de recibir la luz blanca que choca con los gases de la atmósfera separándonos del cosmos como un paraguas azul. Hay que sujetar la mano en el interruptor. Morder la del vecino enciende-focos.

Sentir las partículas de polvo en la punta de la nariz. En la noche, o lo que queda de ella, la luz eléctrica es casi todo el tiempo una falta de respeto. Una herida en la oscuridad. Un acto de soberbia insoportable. Con la luz desaparecen las tinieblas que nos han ayudado siempre a comprender el misterio de estar vivos. Es como caminar con la ayuda de una linterna: apenas vemos el camino instantáneo que está frente a nuestros pies. Confiemos en nuestros ojos. Están hechos para ver. El fuego que nos ha acompañado durante milenios era todavía un puente con lo mejor de nosotros. Hay que regresar a él. Habitar el cielo y todos los soles oscuros que laten por debajo de asteroides y cometas, galaxias distantes y estrellas de neutrones.

Los días que quiero celebrar el cielo, haya luna o no, enciendo la palmatoria de bronce. La luz tenue de la vela de parafina amortigua la jornada y permite despedirse despacio, antes de reiniciar con el sueño los anhelos y propósitos que uno se marca, si es que se marca algunos. Esta palmatoria estaba en un lugar que habité un año de dos primaveras. Ahora vive entre la mesilla de noche y el piano. Tiene la forma de un redondel estrellado y un anillo con pico para transportar en la mano a través de lo negro, quizá vistiendo un camisón y con la seguridad de que no se derramará el fuego. 

En el platito de la palmatoria hay una genealogía de velas derretidas. Tiene origen campesino y una edad indeterminada: podría ser del siglo XIX o fabricada ayer mismo. Esta noche pienso encenderla. Con su llamita brillando me sentiré menos soberbio y me pensaré seriamente en repartirme el bosque y el firmamento con todas las criaturas vecinas.

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