Opinión

El milagro

Abandoné aquel lugar donde mi hermano había estado de maestro, apenado por lo que había presenciado; pero quise hacerlo a pie, hasta la villa de Allariz que distaba pocos kilómetros, tal y como lo hiciera Pedro la última vez, pero en distintas circunstancias. Él, detenido y esposado como un vulgar delincuente, seguido a unos pasos por su mujer, en aquel anochecer aciago.

Por el camino se agolpaban en mi mente distintos aspectos de su personalidad, cómo se truncaban sus estudios y proyectos, su amor por todo lo que fuere el saber, sus perspectivas de iniciar un nuevo futuro, su familia, todo lo que él añoraba y que con entusiasmo nos transmitía a todos. Seguro que estos pensamientos y muchos más irían atormentándole, pero fueran los que fueran, iban quedando en la cuneta. Era el final.

Fue conducido a la comandancia militar, ignoro el edificio donde se ubicaba esta Jefatura, ni quien la ostentaba. Lo que sí sé, y lo que recuerdo como si hubiere sucedido ayer, son los hechos.

Recorrió los pocos kilómetros hasta Allariz que años atrás hizo Pedro, el detenido y esposado como un delincuente

Un propio enviado con urgencia por la autoridad le dice a mi padre que se ponga en camino inmediatamente para recoger a su hijo en el lugar convenido y llevárselo, pues tiene sospechas de que “el cabo” va a pasearlo “esta noche”, este fue el mensaje de la esperanza que daba paso a la vida.

A mi padre le faltó tiempo. En el coche de un amigo taxista se trasladó a la villa de Allariz. El mensaje procedía de un comandante castrense que había sido compañero de mi padre, con el que había establecido una gran amistad en la guerra de África y que por los apellidos se percató quién era el detenido. En el lugar convenido recogió a Pedro y ambos emocionados emprendieron camino de regreso a Orense. Se había producido el milagro, si “El Milagro”, pues no encuentro otra palabra que pueda definir mejor lo sucedido.

Estuvo oculto en nuestra casa durante mucho tiempo, sin salir para nada y sin dar señal de su existencia, por nuestra parte. De esta manera se pasó encerrado, creo, un otoño y un invierno, a la espera de que el suceso cayese en el olvido, que se calmasen las iras de aquellos que habían producido tanto daño. Mientras tanto, la salud de mi pobre hermano se había deteriorado, a pesar de los cuidados, pero la tristeza y el aislamiento al que estaba sometido lo sumieron en una gran melancolía, un estado psicológico que se intuía grave. Mis padres decidieron que saliese de aquel encierro en paseos cortos y acompañado. Cuando había pasado algún tiempo y las cosas parecía que se iban estabilizando empezó a salir solo uno de los días, un día desapacible salió embufandado y con una gorra embutida hasta las orejas con objeto de protegerse del día, pero también de ser reconocido; pero la fatalidad hizo que se cruzase con “el cabo”, el personaje siniestro que tenía atemorizada la provincia de Ourense, que nada más rebasar a mi hermano se da la vuelta y le llama por su apellido, Pedro vuelve la cabeza y él lo detiene y lo lleva a prisión.

Lo que pasó después no quiero contarlo. ¡para qué! Pero se lo suponen.

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