Opinión

Retratos en la lejanía

Siendo alcalde de Ourense el excmo. sr. don Enrique Alonso Cuevillas, general de Brigada en la reserva, nombró teniente de alcalde y presidente de la Comisión de Fiestas a don Julio García García, empresario de comercio y gerente de varios negocios familiares (Hísigar, Winsord, Almacenes Plaza) en la ciudad. Persona de relieve y muy conocido en todos los ámbitos sociales. A su vez, éste se rodeó de amigos, de empresarios y compañeros de corporación y formó una Comisión de Fiestas; recuerdo entre otros a Gómez Andelo, Martínez Soto, Peña Prieto, Aguilar García.

Las comisiones de fiestas venían utilizando, desde hacía varios años, los Jardines del Posío, porque era un lugar idóneo para la celebración de todo tipo de espectáculos festivos o teatrales y también deportivos, dadas sus condiciones de ser un recinto cerrado, espacioso y bello y con un paseo central adecuado. Era un lugar de diversión y esparcimiento. Las personas mayores que normalmente acudían al Jardín podían seguir haciéndolo. Se les facilitaba la entrada y disfrutaban de un ambiente novedoso que no era el habitual.

Estos bailes constituían una fuente de ingresos para las comisiones, y servían para el financiamiento de números del programa de fiestas importantes y costosos. La venta de las localidades para el acceso al Posío se situaban en los patines enrejados de la fachada principal de lo que es hoy el Instituto Otero Pedrayo. Y de ello se ocupaban funcionarios de la Depositaría del Ayuntamiento, que luego rendían cuentas al sr. depositario, que se responsabilizaba de los ingresos.

Precisamente una de las verbenas que había obtenido mayor éxito en esta época fue la que se celebró con motivo del Descenso del Miño en Piragua. Para este acto, que figuraba en el programa oficial de fiestas, se incluía un tren gratis para transportar a todos los ourensanos interesados hasta Os Peares, para luego volver y seguir paso a paso el descenso. 

Los viajeros iban equipados con macutos; predominaba la gente joven, que portaban bocadillos, bebidas, cámaras fotográficas, preparados también con gorros, viseras, camisetas de colores. Algunos portaban receptores de radio, música, buen ambiente. Era todo un espectáculo. Al regreso se iban incorporando gentes de los pueblos ribereños. Unos que acudían para ver la llegada de los piragüistas, y otros atraídos por la extraordinaria verbena programada en el Posío, en honor de los participantes en el descenso. El éxito de público superó todas las previsiones y la verbena fue muy recordada, por distintas causas, durante muchos años.

El sr. alcalde, que asistía, hizo uso de la palabra y en su alocución en el acto multitudinario que se estaba celebrando en honor de los piragüistas comenzó dando la bienvenida “a los paragüistas”. Aquello fue la apoteosis, entre risas y abucheos había cometido un lapsus linguae. El público no se contuvo y estalló en hilaridad. No fue una sino más veces las que repitió sin percatarse, claro, de la palabra “paragüista”. A lo que el público, cada vez que la repetía, nuevas risas, griterío y jolgorio. El error desde aquel instante perduró en el tiempo y sirvió de mofa a unos y otros. Para cualquier conversación, saludo o despedida entre familiares y amigos se siguió utilizando durante muchos años la palabra “paragüista”. No era ofensivo, resultaba jocoso y siempre provocaba la sonrisa. Pasados los años, alguno llegó a pensar que el término “paragüero” llegaría a desaparecer.

Solían llamarse los bailes, por la tarde, “asaltos” y, por la noche, “verbenas”. Me figuro que esto se venía asumiendo por las sucesivas comisiones. Siempre me llamo la atención, porque la palabra asalto se me ocurría impropia e inadecuada. Lo que sí, era por la tarde, más informal en el vestir, mientras que por la noche la verbena requería de más acicalamiento.

El Jardín del Posío lucía en todo su esplendor. Todos sus parterres iluminados, igual que sus paseos, el brillo, el fulgor, el colorido de las flores destacaban con más realismo y la belleza de las mujeres ourensanas luciendo el mantón de Manila, recordando “La verbena de la Paloma”. El arte en la luminotecnia jugaba un papel importante.

No quiero caer en la cursilería ni en la antigualla, pero es inevitable que lo cuente tal y como lo viví. Tengo que añadir que en aquella época, la mujer ourensana, la ferrolana y la monfortina tenían fama de ser las más bellas de toda Galicia. Algún coetáneo podrá corroborar mi aserto. Y si no, no me desdigo, por el contrario, me ratifico en lo dicho. Ninguna como la mujer ourensana tenía y tiene un algo, un “aquél” que la hace atractiva, singular, estilosa, pero con un estilo propio e inconfundible, “A Real Beauty”, que dice mi amigo e hijo político, sudafricano de origen escocés, Alex Stewart.

El bosque, que para los que no lo conozcan, es la parte más alta del Posío y que entonces tenía una arboleda más densa, se iluminaba de forma distinta, como más tenue, y se entraba en un ambiente de nebulosidad, que le daba un encanto más íntimo. Era la zona muy solicitada por las parejas que bailaban muy juntitas abstraídas en sus ensoñaciones, se dejaban ir al infinito en una noche de verano en la que los efluvios emanaban por doquier…

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