Opinión

DIÁLOGO IMPOSIBLE

Miguel Roca y Miguel Herrero Rodríguez de Miñón son dos de los que se han venido en conocer como 'padres de la Constitución', que en 1977 se encargaron de redactar, negociar y consensuar el texto de nuestra Carta Magna. En el transcurso de un debate celebrado este pasado lunes en Madrid, ambos han abogado por el diálogo y por recuperar el espíritu que alumbró la Constitución como fórmula para resolver el conflicto existente actualmente con Cataluña a raíz del desafío soberanista planteado por el Presidente de la Generalitat, Artur Mas, y por sus socios de Esquerra Republicana.


En teoría, la propuesta de estos dos próceres de la Patria es correcta. El problema surge cuando uno se pregunta si es posible un diálogo sincero, sin trampas y eficaz, cuando una de las partes lo que plantea directamente es la ruptura total del actual ordenamiento constitucional, porque eso es, ni más ni menos, lo que pretende Mas, CiU y ERC con su propuesta de llevar a cabo el 9 de noviembre del próximo año un referéndum ilegal en el que sólo los catalanes, y no todos los españoles, puedan votar si quieren la independencia de esa parte del territorio.


La otra parte afectada por ese conflicto político, el Gobierno de la Nación, se encuentra con un nulo margen de maniobra. De ahí, que el Presidente del Gobierno, que cuando tomó posesión de su cargo juró cumplir y hacer cumplir la ley, haya dicho tajantemente que ese referéndum no se va a celebrar y que además esa cuestión no va a ser materia de negociación o de trueque en un hipotético diálogo con Artur Mas. Incluso Rajoy, con mucha lógica, ha dicho que para qué se va a reunir con el Presidente de la Generalitat si sobre esta cuestión ya ha dicho públicamente cuál es su posición y no quiere ni puede variarla.


El diálogo siempre es muy recomendable, amén de que hace quedar bien a quien lo propone. Es un planteamiento y una pauta de conducta muy aconsejable para todos los órdenes de la vida, incluida la referida a la política. Pero hay situaciones en las que no hace falta ser un lince para darse cuenta que ese diálogo es metafísicamente imposible, sobre todo cuando una de las partes afectadas no es que juegue con las cartas marcadas, es que o no tiene cartas o pretende romper la baraja entera. Esto es lo que viene sucediendo con las aspiraciones independentistas de los actuales gobernantes de Cataluña.


Quieren irse de España, después de haber estado treinta y cinco años aprovechándose de todas las ventajas que su pertenencia a ella les reportaba. Y eso es lo que no se puede admitir. Cuando el diálogo es imposible, lo único que queda es algo tan sencillo como aplicar la ley y hacer que todos la cumplan, incluido Artur Mas.

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