Opinión

La carga de la prueba

Hasta ahora, unas veces con razón y otras sin ella, el único responsable del no acuerdo era el Partido Popular. Es innegable que en más de una ocasión ha tensionado, sin necesidad, el ambiente político alejándose de la moderación, que no significa aquiescencia, que, al final, siempre es más rentable, más entendible que discursos pasados de raya. La crítica contundente pero sosegada es más necesaria que nunca en tiempos difíciles.

Si la moderación, si la crítica severa pero sosegada suele ser un buen manual de Oposición, también lo es para el Gobierno, máxime cuando se trata de un Ejecutivo débil, obligado, de manera permanente, a la llamada geometría variable y cuando se avecinan tiempos en los que va a ser necesario tomar medidas que no van a ser ni fáciles ni simpáticas. Será necesaria, mal que nos pese, una ortodoxia económica en la que nunca han militado buena parte de los grupos que conforman la mayoría de la investidura.

Por todo ello, el Gobierno no puede reclamar el apoyo gratis y si no se da, acudir de inmediato al descalificativo de ser facha. No puede ser que en los momentos en los que el principal partido de la oposición se muestra dispuesto al tan reclamado acuerdo, desde Moncloa se acuse a Casado de puro postureo. No puede ser. No puede hacerse política tan barata. Al contrario. Si un grupo, el que fuera, tiende la mano, lo responsable es explorar, sin descalificaciones previas, las posibilidades de sumar.

La carga de la prueba se ha echado de lleno encima del Partido Popular pero es obvio, salvo para quienes no quieran analizar la realidad con un poco de distancia, que el presidente del Gobierno no ha derrochado una sola gota de sudor en atraerse a Casado para llegar a acuerdos y mientras se es presidente del Gobierno es el máximo responsable de tejer alianzas, con el PP y con el conjunto de fuerzas políticas. Habrá acuerdos posibles y otros que no se alcancen jamás, pero nunca debe desistir de antemano y por pura táctica política, de lograrlo.

El apoyo del PP al decreto llamado de "nueva normalidad", ha requerido, como es natural, de horas de conversación. En las reuniones han estado presentes directos colaboradores del propio presidente. Se ha hablado, se le ha puesto voluntad y el acuerdo ha sido posible. El acuerdo alcanzado indica que la carga de la prueba, por lo menos, hay que repartirla. Lo obvio es que si, por sistema, se desprecia lo que ofrece el adversario -sea cual sea este-, si se le trata de colocar en un espacio determinado para dejarle sin sitio, si no se responden a las preguntas en las sesiones de control, si, en fin, uno se cree que tiene a Dios cogido por los pies, mal camino lleva.

Hay quienes desde hace cuarenta y ocho horas, creen ver una nueva etapa. Habrá que verlo. Hay que dar tiempo al tiempo pero España necesita que el principal partido de la oposición no se quede fuera de la foto y que el PSOE actual que no es más que Pedro Sánchez asuma con responsabilidad y humildad que España, ante el horizonte más inmediato, necesita de su partido, que es la primera fuerza política y, desde luego, del otro gran partido que es el PP. Este gran acuerdo, en teoría, no tiene que ser excluyente de otros. Excluyente no, pero sí imperiosamente necesario. La realidad siempre acaba imponiéndose por encima de cualquier ensoñación por digna que esta sea.

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