Opinión

Por la altiplanicie de A Mezquita

Lugar de A Torre es lo que dice una placa al lado de lo que fuer la torre del homenaje del Castelo de A Mezquita, de los Braganza.
photo_camera Lugar de A Torre es lo que dice una placa al lado de lo que fuer la torre del homenaje del Castelo de A Mezquita, de los Braganza.

En compañía de lo que se diría, de tres damas y cuatro caballeros, los citados siete disfrutando de una primaveral mañana en la que todavía el rocío como resto en las umbrías, nos hallaríamos inmersos en la Naturaleza lo que de tan al alcance de todos a pocos concierta, acostumbrados como estamos a la rutina y comodidad de los urbanos paseos.

Pasar por esas aldeas que como nunca saneadas en sus rúas, traída y evacuación de aguas, tejados nuevos, casas de nueva planta, gran parte de habitación ocasional o estival, y donde antes las aldeas de medio centenar de vecinos apenas ahora de docena de ellos, que por la edad pronto sin ninguno quedarán. Un contraste que donde todo habitable para hacer la vida llevadera, ahora en riesgo de total abandono.

Pasamos de largo aunque de detención de todo cuanto habitante en ocio, que casi todos viviendo de sus pensiones y laborando lo imprescindible para aquí unas patatas, allá unas berzas, tomates, pimientos y de todo cuanto la huerta dé, que ya muy incultivada, y donde ese centenar de vecinos de tan reducidos que los panaderos que iban repartiendo a golpe de bocinazos sus piezas, ahora quedan solamente unos cuantos en esa labor y donde antes esos ultramarinos tienda de todo, rodantes a modo de furgonetas, cada vez menos, y donde antes vecinos con los que de conversa, ahora ninguno.

Esto lo percibimos los siete de marcha por altiplanicie de A Mezquita desde O Val, que lo es y de ameno entorno de lameiros, huertas y frondosidades, y de la misma Mezquita, más que aldea en barrios dividida, con ese monumento que es su iglesia románica al cobijo de la que nacería uno de sus más preclaros hijos, cual Luis Glez. Seara que lo fue todo en los albores de la democracia hasta ministro de Universidades, desde cofundador de Cambio16, a catedrático de Universidad, a diputado y senador. Una placa adosada a su natal casa en esta subiglesia de Loureiro recuerda su figura, o más adelante sin placa el docente Albino Núñez.

Da el eclesial monumento para una parada de muchos minutos que en la solaina apetece hasta para hacer asiento de más. Cuando de saludo de una vecina de Vilachá, allí distante menos de una legua, llamada Lucita, que de mas despierta mente que de inferiores miembros aunque haciendo de reposado paseo que le permite su estado, por allí se expansiona hasta que la vengan a recoger, mientras el afilador y paragüero se anunciaba en auto de arriba abajo, sin respuesta de unos vecinos que no vimos. Allí mismo, más saludábamos que ahora, a Amadeo R. Piñeiro con el que rememorando un árbol genealógico que en la mili le encargó un comandante de apellido Outeiriño que quería saber sus orígenes, en ellos, aplicado, con el estímulo de que él mismo concernido en él, y por tanto de cierto parentesco conmigo. Solía, ahora menos, platicar un rato con el pariente no tan lejano, Julio Outeiriño, funcionario que fue del concejo de A Merca, o con Isolina, su consorte, más faladeira que él. Alguna vez invitado a tomar algo, rehusé porque instado por el tiempo. Más arriba de las confortables segundas viviendas de estos citados, que morada en la ciudad, hallamos parte de la torre del homenaje de un medieval castillo de la casa lusa de Braganza, que detentarían varios señoríos, ahora embutida en una vivienda.

Fue como dejar A Mezquita, y en pocos minutos introducirnos en Campo, donde nos encontramos con un vecino no en labranza o a cualesquiera labores que el campo demandan sino al paso, Antonio Álvarez, emigrado en Canadá, ahora residenciado en sus natales, cuando tomados por peregrinos por algún vecino sedente más a la sombra, que ya el sol pegaba. el cual diríanos en casi burlón tono como si de peregrinos se tratase, que Compostela, ahí al lado, y efectivamente como de continuos edificios entramos en la también remozada aldea sin habitantes a la vista, derivando hacia las alturas inmersos en las carballeiras, con algún pino interpuesto, hacia el monte de A Rañoa, cónico monte de lo que se cree fue castro de San Marcos desde el que una vista esplendorosa de todo el entorno abarcando más de media provincia y algo de las dos adyacentes.

Más quisiéramos permanecer de los quince minutos de disfrute visual que nos dimos cuando descendidos, en paralela pista a las fuentes raquíticas del río de Pontón, Barbadás o dos Muiños, aquí regatillo, más abajo, regato, y luego río a partir de Loiro de Abaixo (como suelen denominarse los lugares de O Outeiro, A Laxe, Os Facheiros, O Regueiro). Inconcebible que un agosto del 45 este manantial se convertiría en tal riada como si de una gran presa derribada. De magnitud tal que arrasaría con las aldeas de Campo y Compostela, y esto lo recordábamos con la vecina, a la sazón de 4 años, Concha Pérez, su cuñada Milagros y otro vecino más, de Canadá donde reside y ciudadano del país es, Benito Álvarez, que un día de conversación con él y al siguiente talando árboles como servicio a otro con una motosierra de la que oficio hizo en tierras quebecquianas.

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