Opinión

Amigos por doquier... y las monumentales obras del AVE

Un ultraligero en el aeródromo de Os Milagres.
photo_camera Un ultraligero en el aeródromo de Os Milagres.

Ruando por este grisáceo Ourense donde tan cicatero el sol, casi choco con Julián Bueno, aquel muchacho, hijo del  aparejador de la extinta Caixa Ourense que fue Gregorio Bueno, que tan buena memoria dejó de su tránsito laboral.  Julián me recuerda cuando montó allá por Os Milagres de Monte Medo una escuela de pilotos de ultraligeros con mucha ilusión, pero que en tres años, solamente había sacado a ocho pilotos, me dice, por lo que hubo de dedicarse a otra cosa, dejando aquel pequeño aeródromo con una caseta para guardar dos o tres aparatos. Dejado este deportivo oficio aun continuaría alguno volando por allá. Una tarde por aquellos años me atrevería a montar en el pequeño aparato biplaza para dar una vuelta por encima del santuario y poco más, sorprendiéndome como Julián entraba en el campo para aterrizar, acelerando el aparato en lugar de entrar planeando; me dijo para evitar que a baja velocidad se produjese alguna fatal pérdida que podrían ocasionar los vientos cambiantes del lugar o la misma baja velocidad del ultraligero. Julián, como de prisa, casi no me da margen para preguntarle por su hermano Román, de esos enamorados de las motos, y si son de época y hay que restaurarlas, mejor. Un día, que no sé si llegará porque me lo estoy prometiendo siempre, le haré una visita a su más taller que museo de Parada, que dicen de Piñor.

Y casi a ese nivel de Parada podría estar la zona de San Francisco, ahora con menos espectadores jubilados de cuando aquello un hervidero de maquinaría para  asentar la nueva vía en las obras del AVE. Los jubilados sin obras, deberán luchar porque se hagan las de la estación Empalme integrándola en la ciudad tal como reclaman los miles de manifestantes horrorizados por ese muro de Berlín que está en el proyecto. Buena cantera para estos frustrados ingenieros unas obras de tal envergadura, aunque suponga un traslado hasta la ribera derecha del Miño. Las ocasiones que por allá transito me dan para pararme unos minutos con Pepe y su hijo Enmanuel, de Comercial Miño, dados, como pocos, con la clientela, que me cuentan unas cuantas anécdotas de sus experiencias en el negocio de su taller. Y yo les pregunto por esas estadísticas de tractoristas aplastados por su máquina, llegando a la conclusión de que conductores ya de edad y con falta de reflejos para conducir estas máquinas, algunas obsoletas, lo que aumenta la estadística de accidentados donde no pasa un mes sin que lamentemos un accidente mortal en Galicia. Dejo a estos serviciales profesionales que no solo siempre tienen la palabra adecuada para cada cliente si no que los atienden con paciencia, y no menos Alba, a la que pagas una factura dando la sensación de que la estás cobrando, hasta tan grato hace el pagar. Me despido de éstos que ya amigos considero, no sé si ellos a mi, que esto deberemos tener en cuenta cuando nos manifestamos amigos de alguien, cuando más adelante  casi me convierto en jubilado gozador de la obra pública, sobre la pasarela de la ferroviaria de San Francisco donde más gentes de paso que contemplativos de obras.

Invito a los que quieran a darse una vuelta dejando el coche en la estación de Taboadela, que se halla en el Mesón de Calvos, lugar de carga de contenedores de Sogama, a que recorran las pistas paralelas a la línea del ferrocarril hasta avistar los túneles de Abeleda, para comprender la magnitud de unas obras de estas características y las grandes dificultades que conllevan. Luego comprenderemos que debemos rebajar nuestras exigencias sobre las fechas, y también que el tren de alta velocidad no es la panacea que se nos vende. Como si toda la economía se basase en llegar un par de horas antes a Madrid. Unos cuantos quieren vendernos este gasto desmesurado que a un criterio de precio político obedecerá y no económico, dado que para rentabilizar estas líneas se precisan años y llenos. 

Discuto con un más que amigo, conocido, sobre esa masificación del monte, y no es que quiera reservarlo para uso exclusivo, pero si, espantado de la suelta de a veces tres autocares para caminar por esos senderos, por el impacto que supone para la vida animal a la que confinamos a la nocturnidad para evitarnos. Salvo de alados, el monte se ha convertido en el gran desierto diurno de la fauna donde abundan las hocicadas (fozadas) del jabalí, las deyecciones de unos cuantos mamíferos, la huida ruidosa de algún arrendajo (garrulus glandarius), por lo que chilla alertando a todas las poblaciones animales; la suerte de ver como salen en rápido y breve vuelo unas perdices o como una bandada de córvidos se aleja al menor acercamiento, o como un pombo, esa paloma bravía o torcaz, se aleja en potente vuelo, espantada de nuestra presencia. Un águila con su peculiar chillido que parecería impropio de tan majestuoso pájaro, nunca dejará que lo sientas a menos de un centenar de metros. Los corzos, por sus huellas en terreno blando, sabrás que existen. Si invadimos su hábitat, los animales nos castigarán con su ausencia; si lo hacemos masivamente, acabaremos por no ver ni a los alados.

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